Se dice que a partir de hoy comienza la veda electoral eufemísticamente llamada el periodo de reflexión en el que se abre un espacio para que el votante piense bien a quién elegir sin estar influido por la propaganda electoral, los mítines o las encuestas. Esta veda no tiene más que, si acaso, un valor simbólico. Según sea el tipo de elección, formalmente llevamos de 60 a 90 días sometidos a cientos de miles de spots, a numerosas descalificaciones, a la utilización política de la justicia, a debates, a la entrega de dádivas con la esperanza de obtener nuestro voto, a una intervención nunca vista por parte del Presidente de la República y a algunas propuestas para sacar al país adelante.
La suerte no está echada. Las encuestas son, como se han cansado de decir los encuestadores, fotografías del momento que captan lo que el elector dice el día del levantamiento y no necesariamente lo que va a hacer. Son, en el mejor de los casos y como lo han demostrado procesos electorales anteriores, aproximaciones con posibilidades de fallar incluso sobre quién será el ganador.
Existen cuando menos tres factores que hacen de las encuestas una herramienta poco precisa. Está en primer lugar la decisión votar o no votar. El porcentaje de participación importa. Segundo, está la incógnita de si el encuestado dice la verdad. No hay manera de que el encuestador lo sepa. Simplemente se registra un dicho. Por eso se habla del “voto oculto” y es muy difícil calcularlo. En tercer lugar están los indecisos. Aquellas personas que dicen no saber todavía por quien votar o que pueden cambiar de preferencia y que deciden su voto entre una semana antes y el propio día de la jornada electoral. Según Consulta-Mitofsky el número de indecisos se ha duplicado del 10 por ciento en el año 2000 a 23 por ciento en el 2018.
Adicionalmente en una elección tan grande como la del próximo domingo en la que se eligen, además de la Cámara de Diputados, 15 gubernaturas, no está claro si el candidato ganador “arrastrará” el voto para los distritos electorales de mayoría relativa para la Cámara de Diputados federal que se juegan en esos estados y que son 92, casi el 30 por ciento del total.
En el promedio las encuestas se da por ganador en la Cámara de Diputados a Morena con un rango de entre 38 y 45 por ciento de la votación y la proyección de obtener entre 41 y 49 por ciento de los asientos. Se araña la mayoría simple. De hecho, las encuestas revelan una mayor votación que la obtenida en 2018 y más diputados de los que inicialmente le asignó el INE (191) aunque poco tiempo después -con el chapulineo- alcanzó el 51 por ciento o 253 diputados.
La coalición de Juntos Hacemos Historia es otra historia. Hoy tienen 333 si se toma en cuenta al Partido Verde y las encuestas proyectan que podrían alcanzar 65 por ciento de la Cámara o 325 escaños. Otra vez, arañando la mayoría calificada.
Ningún partido por sí mismo está en la posibilidad de alcanzar a Morena y la alianza Vamos por Más obtendría el 32 por ciento de las curules o 160 diputados. De concretarse estos resultados estaríamos en una situación inédita desde que en 1997 apareció el primer gobierno sin mayoría. En cada elección intermedia desde entonces, el partido en el poder ha perdido diputaciones. Fox perdió 54 diputados en la intermedia, Calderón 63 y Peña Nieto sólo 5.
Esto dicen las encuestas pero, como siempre, la moneda está en el aire y lo que vale es lo que los electores digan el 6 de junio.
Así que, como debe ser en una democracia, lo que tenemos es una incertidumbre en los resultados. Desgraciadamente, lo que no tenemos es otra de las certidumbres propias de la democracia, definitivamente tan importante como la de los resultados, que es la de la aceptación de los mismos. No es un rasgo nuevo de la imperfecta democracia mexicana. En cada elección, salvo diferencias evidentes e irremontables en la votación, todos los candidatos se proclaman vencedores el día de la jornada electoral. Sin embargo, en ésta elección intermedia y a pesar de que los resultados de las encuestas públicas favorecen tanto al partido en el poder como a su coalición, se ha venido construyendo una narrativa del fraude que seguramente hará de los días posteriores a la jornada electoral un verdadero pandemónium salvo que el partido en el poder arrase no sólo a nivel federal sino también en las elecciones locales donde los momios no favorecen sus expectativas iniciales.
Y, así, regreso al llamado periodo de veda electoral. La principal reflexión que debe hacer el votante, si decide ejercer su voto -y debiera hacerlo- es si quiere volver a darle una super-mayoría al Presidente a través del voto a Morena y sus aliados para que siga gobernando sin contrapesos o si, por el contrario, apuesta por una Cámara de Diputados capaz de frenar los excesos que hemos experimentado y de proponer y sacar adelante políticas más consensuadas y que reflejen la pluralidad que existe en este país.