@Giorgioromero / SinEmbargo.MX
Este 2023 va a ser un año crucial para la política mexicana. Será de aquí a diciembre cuando se defina el rumbo de México al terminar el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. El riesgo de la prolongación de su idea del Estado y del Gobierno, -lo que él dice que es un nuevo régimen, pero en realidad no ha sido sino una embestida furiosa contra lo poco de institucionalidad estatal democrática y funcional que se había construido durante los años posteriores al régimen del PRI para sustituirlo por control militar o clientelar- es evidente: ante el desplome de la administración y la autoridad civil, el vacío lo llenaran los militares aliados a los operadores clientelistas que les provean de una fachada civil, en una suerte de arreglo a la Egipcia, donde los altos mandos castrenses controlan el poder político y manipulan la economía con amplias violaciones de los derechos humanos, arbitrariedad y corrupción.
El País ya no resistiría un periodo más de deterioro estatal como el vivido, de ahí que sea urgente construir una alternativa política que le cierre el paso a la continuidad del despropósito. Gracias a lo arraigado del principio de no reelección, López Obrador dejará de ser el Presidente y veo remota la posibilidad de un nuevo Maximato, en buena medida porque a diferencia de Calles, jefe militar con redes de lealtad propias, cualquiera que sea su ascendencia sobre la cúpula castrense se terminará en el momento en el que abandone la jefatura del Ejecutivo.
El peligro radica en que, sea cual sea el partido del que emane la nueva Presidencia de la República, su titular no sea sino la fachada civil de un régimen militar, con elecciones limitadas y controladas y los remanentes de una administración pública depredadora, como la de los tiempos del PRI, que mantenga una base de apoyo considerable, alimentado por la distribución clientelista de programas sociales y con la negociación permanente con la economía informal y la desobediencia de la Ley como el mecanismo, cada vez más frágil, de reducción de la violencia.
Por esa vía, el crecimiento económico se estancará y la brecha entre pobreza y riqueza se extenderá, con una reducción sustantiva de la clase media y la concentración de la riqueza en los empresarios rentistas y cazadores de contratos públicos y los sectores protegidos por el Estado o amparados por el TEMEC, mientras este dure.
De por sí el orden es precario y la violencia carcome a la sociedad; la miseria se ha mantenido casi intacta y la pobreza incluso ha aumentado. Los objetivos expresos del Gobierno no han sido ni remotamente alcanzados y ha hilado un rosario de fracasos, grandes y pequeños, con algunos avances sociales que se antojan efímeros, como el aumento de los salarios, insostenible sin economía productiva. Más de lo mismo no haría sino agudizar los conflictos y la violencia.
Hasta ahora la Oposición no ha hecho más que criticar al Gobierno actual y su labor destructiva. Ha llegado el momento de que surja un proyecto de país distinto al que ha logrado imponer con pretensiones hegemónicas López Obrador. Es tiempo, sin duda, de defender las instituciones relevantes que están en riesgo, sobre todo la profesionalidad y autonomía de la autoridad electoral; sin duda se debe reivindicar mucho de lo avanzado durante el régimen de la transición, pero es el momento ineludible de hacer la crítica de sus limitaciones y proponer su desarrollo hacia una democracia consolidada.
La viabilidad de México tiene enfrente dos retos inmediatos: la violencia y la polarización social que escinde al País entre la prosperidad y la pobreza. Ambos problemas están imbricados y son el resultado de fracasos del Estado. El proyecto político alternativo debe partir de una reforma estatal que genere capacidades para enfrentar desde lo público estos dos asuntos.
Es tiempo de proponer las políticas para reconstruir y para no repetir los errores de este Gobierno grandilocuente. Es indispensable poner las ideas y los proyectos sobre la mesa: qué seguridad civil, qué política social, cuál política educativa, qué sistema sanitario, cuál sistema de ciencia y tecnología, qué agenda feminista, o antidiscriminación, qué modelo de administración y cuáles mecanismos de rendición de cuentas y combate a la corrupción, qué tipo de fiscalías, cuáles reformas al sistema judicial.
Y es indispensable que comiencen a surgir los voceros de esa agenda. Ninguno de los políticos visibles con aspiraciones presidenciales opositoras ha mostrado capacidad de convertirse en el articulador del discurso alternativo, que debe ser liberal, pero social, democrático, ambientalista, feminista y tolerante. Para derrotar electoralmente al lopezobradorismo es indispensable ganar a los decepcionados entre quienes apostaron por el caudillo porque creyeron que haría avanzar una agenda de derechos y de igualdad. La crítica elitista está condenada al fracaso y sólo con un mensaje de entusiasmo se podrá derrotar la inercia reaccionaria sustentada en el rencor social.
Sin horizonte utópico y sin vocera o vocero que despierte el espíritu de reconciliación constructiva y no una sed de venganza sin proyecto, no podrá haber oposición exitosa en 2024. Ahora es cuando se deben comenzar a escuchar las propuestas desde múltiples colectivos y organizaciones civiles. Es el momento de que surjan las nuevas voces, mejor si son de mujeres, y los políticos se definan. Llegó el momento de comenzar a mostrar las cartas y apostar.