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América Latina fue empujado al neoliberalismo más ortodoxo como pocas otras regiones del mundo. Al tiempo que Europa caminaba hacia una economía de bienestar social, millones de individuos de este lado del Atlántico fueron conducidos durante tres décadas por una supercarretera de un sólo sentido, con señalamientos fijados por Banco Mundial y FMI, que prometía adelgazar los estados nacionales, sanear las finanzas públicas, generar riqueza y repartir el bienestar. No pasó. Fuimos engañados. Ahora la frustración se ha convertido en desesperanza y algunos, como Chile o Haití, lo han expresado en las calles y con disturbios y otros, como México y Argentina, se han dado la oportunidad de provocar un cambio político desde las urnas. Centroamérica es un rosario de gobiernos viejos y nuevos pero está igualmente demolido por estos años de depredación. Lo demuestra la migración inédita. El cambio tiene resistencias, como en Brasil, pero Jair Bolsonaro no tiene nada qué ofrecer a estas alturas sino más ruina, y eso será advertido por los votantes pronto, ojalá, antes de que el desencanto se les transforme en algo más.
Este año, México crecerá casi nada. La región promediará algo así como 0.2 por ciento mientras que Asia andará en 5.9 por ciento y África, sí, África rondará el 3 por ciento. Las posibilidades de que América Latina despegue en los siguientes pocos años son pocas, simplemente porque el mundo está en un frenón. Esto acelerará el desencanto porque la pobreza se incrementará y el cambio de modelo se puede leer como factor de riesgo entre los capitales. Curiosamente, serán los mismos capitales -que suelen ser poco racionales- los que echarán gasolina al descontento y, consecuentemente, al cambio. Detener las inversiones no hará sino darle la razón a los desencantados. El problema vendrá cuando la desesperanza cancele opciones en zonas donde la desigualdad es más profunda. Si los capitales privados vean hacia América Latina como zona de riesgo, se frenarán economías, se acelerará el empobrecimiento de sectores vulnerables y claro, se alimentará el descontento. Y el descontento puede traducirse en inestabilidad social.
El caso de México es especial. Hay un cambio de régimen en proceso que es empujado por varios factores, y no sólo el fracaso del neoliberalismo. La corrupción grosera, la violencia imparable, los niveles de endeudamiento y la demolición de las empresas nacionales fueron un detonante que abrió las puertas a Andrés Manuel López Obrador. A eso se le suma que la economía sí genera riqueza gracias a los acuerdos comerciales con el norte, pero esa riqueza ha quedado en pocas manos. Pero si el cambio de régimen en México es leído por los empresarios como un factor de inestabilidad, entonces se generará poco empleo y crecerá el descontento. Antes lo escribí: una familia puede sentirse pobre con empleos mal pagados pero se sentirá miserable cuando el trabajo falte. Y eso es pésima noticia para el gobierno en turno pero también lo es para los empresarios. Es un ciclo que no deberían alentar, porque no harán sino darle de comer al descontento y el descontento radicaliza las decisiones de una sociedad.
Estamos viviendo momentos de cambio y cada sociedad está decidiendo sus pasos a diario. Los chilenos no vieron más opción que protestar, los argentinos tuvieron elecciones a tiempo. ¿Qué opciones tenemos los mexicanos? Claramente, el cambio puede ser para bien -después de que el neoliberalismo hizo tanto daño- pero la condición es que se dé con orden y beneficie a todos. Y para eso, tanto el Gobierno como los empresarios deben dialogar y empujar juntos el pesado tren del desarrollo. Que unos entiendan que terminaron los años de ganar a manos llenas (sin repartir), y que la administración López Obrador comprenda que necesita de los capitales privados.
No podemos seguir empujando sólo el crecimiento; la gente ya cargó con esos fierros pesados. Lo que se necesita es que se genere bienestar, a la vez que el Gobierno acelera las acciones contra la corrupción y la inseguridad. Separados, gobierno y empresarios, sólo se harán daño. Los hombres del dinero harán bien si entienden que vivimos un país con muchos pobres a los que debemos buscarles opciones, y el Gobierno hará un mejor papel si entiende que necesita a los empresarios para echar a andar la maquinaria en tiempos de adversidad.
El neoliberalismo provocó mucho daño; unos cuantos resultaron ganadores. Ahora es tiempo de emprender una jornada más humana, menos salvaje, que piense que esos que fueron desposeídos por políticas depredadoras deben encontrar bienestar, y que se volverán contra todos los demás, ciegos por la ira, como iba a suceder en Chile y puede suceder en cualquier parte de América Latina, casi mientras escribo, porque el descontento es mucho y son muchos los que se sienten engañados. Vivimos un periodo de cambio y México puede aprovecharlo. Por el bien de todos, esto tiene que funcionar.