Editorial
En la lejana Rusia, la mayoría de las contiendas las gana el partido del Presidente Vladimir Putin, Rusia Unida.
Incluso, el Presidente es el ejemplo más claro de los “carros completos” que se lleva su partido, ha gobernado durante más de 20 años y va que vuela para convertirse en uno de los líderes más longevos del mundo en el poder.
Claro, la Oposición denuncia un océano de trampas, elecciones viciadas, presión y control de los órganos electorales, golpeteo y hasta cárcel para los enemigos de Rusia Unida, sin embargo, una débil democracia sobrevive en la ex Unión Soviética.
El gobierno en el poder se empeña en mantener viva la imagen de una democracia rusa ante el mundo, incluso el Presidente Putin se presenta a cada elección torciendo todas las leyes posibles para poder seguir en poder, pero siempre en nombre de la democracia.
Pues resulta que hace unos días a un Alcalde de una pequeña ciudad rusa, Povalikhino, se le ocurrió presentarse a la reelección, donde nadie quiso competir contra él, debido a que ya sabían que iba a imponerse de nuevo.
Con la intención de simular el juego democrático, el Alcalde le pidió a una joven que le limpiaba la oficina que se inscribiera como su contrincante y ella aceptó.
El día de las elecciones, y sin que la jovencita hubiera hecho campaña, la gente salió a votar y le dio su voto de manera abrumadora a la joven, simplemente para dejar en claro su hartazgo.
Una lección que adquiere un tremendo significado en nuestros tiempos, donde las opciones hace tiempo que se nos acabaron y los políticos siguen siendo los mismos, salvo que en cada proceso electoral se cambian de partido.
Nos preguntamos ¿qué pasaría en el próximo proceso electoral si se presentaran como candidatos ciudadanos normales, ajenos a la política?
Seguramente nos darían una elección muy rusa.