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@rodolfodiazf
Todos tenemos miedo de fracasar. Tememos equivocar el camino, dar rodeos, tardar más tiempo en llegar. Sin embargo, casi nunca recapacitamos en que descubrimos algo que no habríamos percibido de seguir el rumbo pretendido.
En efecto, el dislate se convierte en agudo acicate. ¡Qué importa si no conseguimos el triunfo el día esperado, si gozamos de un ocaso jamás imaginado! El único mal que debemos evitar es la indecisión.
¿Por qué nos avergüenza el fracaso? Casi siempre es producto de la educación recibida. El error es visto como maldición y no como trampolín que impulsa a intentarlo, una vez, más por diferentes medios.
Charles Pépin, en su obra “Las virtudes del fracaso”, analizó la historia de la filosofía y llegó a la conclusión de que la mayoría de los grandes pensadores omitieron hablar de la sabiduría del fracaso:
“No hay una sola obra de filosofía mayor acerca de esta noción. Ni un diálogo de Platón sobre la sabiduría del fracaso. Ni un discurso cartesiano sobre la virtud del fracaso. Ni un tratado hegeliano sobre la dialéctica del fracaso”, expresó.
El filósofo francés admitió que hay esbozos de una filosofía del fracaso en el estoicismo antiguo, en algunos párrafos de Nietzsche, Sartre o de Bachelard, cuando dijo que el genio tiene coraje para hacer “un psicoanálisis de sus errores iniciales”.
No obstante, en una entrevista publicada el 3 de enero de 2018 en el periódico El País, Pépin reconoció que no todo fracaso es benéfico: “Hay fracasos de los que uno nunca se recupera, que incluso pueden conducir al suicidio. Lo que yo digo es que el fracaso es una experiencia humana. Y que llegamos más lejos aceptándolo y corrigiéndolo que negando que exista. El fracaso nos ayuda a reorientarnos y a reinventarnos”.
¿Temo fracasar?