Las riendas del mundo

    “No es que el Papa cerrara los ojos a otros problemas y desafíos de nuestro mundo, como las guerras y pandemias, sino que buscaba llamar la atención sobre la urgencia de promover la comunión, servicio y solidaridad que deben de caracterizar a los creyentes y a todos los hombres de buena voluntad, pues no se pueden soltar las riendas del mundo”.

    El binomio comunión y sobriedad no es un tema aislado que aborda el Papa Francisco, sino que constituye algo semejante a un pensamiento global y un plan programático, porque es una preocupación que constantemente agita su cabeza.

    De hecho, recientemente, el jueves 11 de julio, con motivo del Día Mundial de la Población, escribió un urgente mensaje que causó gran revuelo mediático en su cuenta oficial de X, antes llamada Twitter, “@Pontifex”, pues no centró su reflexión en la cantidad de nacimientos que se producen en el mundo, sino en las injusticias que seguimos cometiendo en la distribución y consumo de los bienes y riquezas del mundo:

    “El problema de nuestro mundo no son los niños que nacen: son el egoísmo, el consumismo y el individualismo, que dejan a las personas sacias, solas e infelices”.

    Con este breve, pero profundo pensamiento, Bergoglio quitó todas argucias epistemológicas con que se trata de justificar la regulación de la población (lo cual no quiere decir que vaya en contra de la natalidad responsable), pues subrayó la arista principal de donde brota la injusticia. El problema no son los nacimientos, sino la injusta distribución de la sociedad desigual que estamos construyendo.

    Remarcó el hecho de que nos estemos centrando en la satisfacción instantánea, aislamiento emocional y en el disfrute egoísta y personal, buscando y exaltando exclusivamente el afán de consumo en nuestra sociedad actual.

    No es que el Papa cerrara los ojos a otros problemas y desafíos de nuestro mundo, como las guerras y pandemias, sino que buscaba llamar la atención sobre la urgencia de promover la comunión, servicio y solidaridad que deben de caracterizar a los creyentes y a todos los hombres de buena voluntad, pues no se pueden soltar las riendas del mundo.

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