Las piedras del camino no son muros, barreras ni obstáculos, sino que forman elemental parte del sendero. En efecto, bien dijo Antonio Machado: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”; o, como señaló José Alfredo Jiménez, las piedras también ofrecen lecciones durante el viaje: “Una piedra en el camino, me enseñó que mi destino...”. Con más mesura y candor, indicó Concha Urquiza que, a la vez, pueden ser lecciones de amor: “Las piedras del camino se llenan de ternura”.
Durante el recorrido que narra en La Divina Comedia, Dante reconoció que, estando a la mitad del camino de su vida se encontró en una selva oscura, tan áspera y espesa que le causaba pavor. A la penumbra del paisaje se unió el acoso de una pantera, un león y una loba, que permanecían al acecho. Ése fue el resultado de abandonar el camino recto y le embargó la desolación de pensar que jamás alcanzaría la cima anhelada, hasta que se topó con Virgilio y renació su esperanza.
Las piedras del camino no son simples accidentes de la geografía, sino que son parte esencial del recorrido. Son como la sal y la pimienta que aderezan la comida; sin su dificultad y problemática no se disfrutaría el haber salido avante en el camino. Un recorrido sin adversidades se supera con agradecimiento y alivio, porque es el que alecciona y prepara para el gozo y satisfacción.
El primer domingo de este tiempo de Cuaresma inició también con el pasaje de las tentaciones, para recordar que solamente quien se ejercita en el desierto se capacita para vencer las tempestades y tribulaciones, de manera que logre alcanzar el estado de transformación que se operó en Jesús, al transfigurarse delante de sus discípulos.
¿Supero las piedras del camino?
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