A poco más de un año y cuatro meses de que iniciara la terrible historia de la pandemia en México, la experiencia deja a su paso enseñanzas y ausencias tan repentinas como su aparición misma. No obstante, también nos ha expuesto esa capacidad humana para la entereza ante las defunciones por el Covid-19, pero también el de la indolencia frente a la amenaza de la pandemia para los más vulnerables. Una especie de pedagogía de la enfermedad, muerte y resignación, al parecer se mantiene para demostrar de lo que somos capaces ante circunstancias como la que hoy vivimos.
Recordar aquella sentencia del filósofo español, Ortega y Gasset, de que “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”, bien podría entenderse ahora como la advertencia que va de lo individual a lo colectivo y parafrasearse ante esta realidad para entender que, “yo soy yo y los otros en mi comunidad, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Sin embargo, esta no parece ser la idea que predomine en el comportamiento de la mayoría de población, como tampoco el de las autoridades.
Todo indica que actuamos y razonamos por criterios distintos a un año y medio de sobrevivir la pandemia. Criterios que se dividen inevitablemente ante la necesidad de sostener la economía y la salud. Este ha sido el dilema principal desde que inició esta calamidad, decidir qué es más importante y en qué grado estamos dispuestos a sacrificar la salud o la economía.
A pesar de que existen protocolos y recomendaciones para contener el contagio y en lo posible mantener activa la economía, sólo una pequeña parte de la población y del sector económico cumplen con las normas de prevención.
Apreciamos de formas distintas la pandemia aún después de haber vacunado a la población de mayor riesgo. Así se observa una manifiesta relajación de los cuidados en algunas familias, empresas, comercios y restaurantes, como de las autoridades mismas, que mientras dependencias de salud llaman a extremar cuidados ante la tercera ola con la presencia de la variante Delta, altamente contagiosa, sus áreas de supervisión poco pueden hacer o se atreven a sancionar a quienes no respetan los protocolos, que a simple vista cualquiera puede darse cuenta que no se cumplen con responsabilidad.
Pero, ¿este comportamiento es realmente culpa de las autoridades? Desde luego que no, pero sí es parte de su responsabilidad mantener cierto orden en circunstancias como ahora. Es aquí donde el dilema se vuelve más complejo, pues no se puede, en la rutina diaria de las personas, obligarlas a que se cuiden, esta es una responsabilidad propia del ser humano, cuidarse a sí mismos y a sus cercanos. Aunque haya casos, como los que por cuestiones laborales sean obligados a ponerse en riesgo, no son la causa del repunte, que de nuevo amenaza a los más vulnerables aunque estén vacunados y a los más jóvenes que también están muriendo y padeciendo secuelas graves.
Se dice que las cifras oficiales de contagios y defunciones, reflejan al menos la mitad de los que realmente son, pues no se aplica un sistema eficaz de control de los casos no atendidos en hospitales públicos. Los pésames y despedidas de seres queridos circulan de nuevo en las redes sociales y lo que parecía ser el inicio del regreso a la normalidad, se desvanece ante la incertidumbre que de nuevo nos imprime la realidad.
El pasado mes de mayo, el Gobierno federal estimaba que entre agosto y septiembre más del 75 por ciento de la población estaría inmune al Covid, pero expertos expresaron sus dudas y aseguraron que controlar la epidemia va más allá de superar un umbral de contagios. Hoy sabemos que ninguna vacuna garantiza la inmunidad.
Ciertamente, las enseñanzas de la pandemia serán de largo alcance y a un costo muy alto, pues en medio de esta desgracia, intentamos salvar nuestra forma de vida sacrificando la vida misma. Sin duda y a pesar de lo que ahora nos sucede, seguimos siendo el reflejo de nuestras propias contradicciones, el de una limitada capacidad de entendimiento de lo humano frente a lo demás.
Pareciera que las experiencias de la enfermedad del Covid-19 no nos han enseñado nada, que más bien nos han mostrado de lo que somos incapaces de hacer en acontecimientos como estos, donde no se valora el esfuerzo que otros hacen por salvar la situación.
Una situación que en sus inicios nos obligó a detenernos y pensar el mundo humano, a revisarlo y asumir la responsabilidad de cambiar como sociedad. A ensanchar la mirada y el pensamiento para salvar el futuro. Pero todo indica que es más fuerte el miedo colectivo, unos por miedo a enfrentar la realidad y otros por miedo a cambiarla. Un miedo social que se aferra y no nos deja pensar con inteligencia y claridad lo que nos conviene.
Revisar nuestra manera de imaginarnos en sociedad, quizá sea la opción para revisar lo que nos ha sucedido y poder repensarnos, adecuarnos incluso a nuestras certezas y sabidurías, como aquel proverbio árabe que nos advierte que “la primera vez que me engañes, será culpa tuya. La segunda será culpa mía”, y afirmarnos en esta crisis de la pandemia que “cuando no se crea que nos puede suceder y se nos ha advertido, será culpa de nuestra ignorancia, pero cuando nos suceda de nuevo será por culpa de nuestra estupidez”.
Hasta aquí mis reflexiones, los espero en este espacio el próximo viernes.