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El artista polaco Edward Okun, quien falleció en enero de 1945 y fue uno de los principales representantes del art nouveau en su país, produjo un óleo llamado “Las cuatro cuerdas del violín”, donde presenta alegóricamente la muerte de un músico.
En una especie de funeral, en un manto negro, reposa un violín rodeado de crisantemos, mientras cuatro mujeres (que representan cada una de las cuerdas del instrumento) se despiden de él en hierática procesión.
La primera dama, de rostro serio, reverente y solemne, con sus manos cruzadas sobre el pecho y su boca muy abierta, parece cantar la nota correspondiente a la cuerda de Sol.
Las dos damas del centro representan a las cuerdas de Re y La. La cuerda de Re es una dama un poco más joven que la primera y mucho menos solemne. La mujer de La, con pelo más negro, es más joven y risueña; además, parece mirar de reojo al violín.
La cuarta dama, correspondiente a la cuerda de Mi, es misteriosa, enigmática y la única que no canta, sino que mira fija y detenidamente al violín. No tiene las dos manos apoyadas sobre el pecho, como las otras tres, sino solamente la mano derecha. Y es que en la cuerda de Mi no existen términos medios, o es muy dulce el sonido o tremendamente agudo y desgarrador.
Esta obra de Okun acudió a mi mente al escuchar al solista, Adrián Justus, interpretar el Concierto para Violín, de Brahms, el jueves por la noche (que se repetirá este domingo a las 12:30 horas, en el Teatro Pablo de Villavicencio). ¡No se lo pueden perder! La entrada es libre. La ejecución del violín es brillante y soberbia. El encore, si aplauden suficiente, es sublime.
¿Disfruto el sonido del violín?