Las apariencias convincentes

    @oscardelaborbol / SinEmbargo.MX

    Hoy, en el Himalaya de mi edad, observo el pasado y las derrotas y las victorias se confunden, los amigos y los enemigos se mezclan, y de protagonista paso a ser comparsa, y la izquierda se convierte en derecha en una eterna rueda que no para de girar.

    A veces, cuando la edad avanza y el tiempo no ha pasado de balde, el núcleo de la vida va despejándose; es como si una cebolla con incontables capas de niebla fueran desprendiéndose y uno ve más claro, tanto que en ocasiones esa claridad angustia y encandila.

    Cuántas apariencias que de forma sucesiva me convencieron de su definitividad y por las que expuse mi vida o simplemente les invertí años y años, yacen secas a un lado del camino. Espejismos de importancia, certezas incontrovertibles, fes ciegas están ahí desarmadas como relojes inservibles.

    A veces, digo, uno ve su pasado y, más allá de la decepción por las banderas empuñadas, todo queda bañado por una mirada caritativa que hace sonreír, pues se descubre la puerilidad de las razones por las que uno se lanzó como un toro de lidia a envestir molinos de viento que parecían gigantes. Las amenazas eran reales, el peligro iba en serio; las que resultaron ridículas eran las fuerzas empeñadas y las estrategias y, con dolorosa frecuencia, hasta los ideales.

    Hoy, en el Himalaya de mi edad, observo el pasado y las derrotas y las victorias se confunden, los amigos y los enemigos se mezclan, y de protagonista paso a ser comparsa, y la izquierda se convierte en derecha en una eterna rueda que no para de girar.

    Así de confuso era el mundo, me digo, así era yo de ingenuo, me digo. Así es la vida, me digo: una sucesión de apariencias que nuestro candor convierte en reales. Pero, ¿quién podría decir que la impresión que me invade ahora no sea igual de ilusoria que las demás que tuve? ¿Qué garantía poseo de que esta sea la última capa de la cebolla? Y aunque fuera la última, eso no le quitaría su condición de ser mera apariencia, una impresión: el juicio que hoy me merecen las cosas.

    Sí uno siempre está seguro de algo, convencido de que por fin entendió algo, de que así es, entonces, igual de reales o de irreales son la primera y la última creencia.

    ¿De qué otra sustancia podría estar hecho este sueño que llamamos vida? ¿De qué material pétreo, nuestros anhelos y nuestros actos, sí todo está compuesto por la neblina de lo que se lleva el tiempo: todo fluye, como decía Heráclito? ¿Qué valor podría tener este momento que está a punto de convertirse en recuerdo?