osunahi@hotmail.com
Creo que, en mayor o menor medida, todos somos afectados por la egolatría, pero en algunas personas, el egocentrismo forma parte de sus rasgos de personalidad y por ello, se consideran dignos de ser alabados por el resto de los mortales, procuran imponer su voluntad sin remilgo alguno y las acciones que emprenden, no están sujetas a discusión.
La percepción del ególatra es que su palabra es ley y en ese absolutismo, se atora la participación de equipo y se alienta el desarrollo de la entidad a su cargo.
Observando su conducta, me atrevo a pensar que Andrés Manuel es un ególatra consumado y de ahí su convicción de que su administración va por el camino correcto, y es por ello, que atenido al número de votantes que lo elegimos, algo así como 30 millones, Andrés Manuel continúa bien plantado en la arena pública, echando bravatas a quien o quienes se le atraviesen y haciendo gala de un control absoluto en el ejercicio del poder, tal y como sucedía en los viejos tiempos del dominio priista; un tiempo y espacio que le tocó vivir cuando accionaba en favor del PRI.
En aquellos años, la palabra del Presidente de la República se imponía sobre todas las cosas, y tanto el Poder Legislativo como el Judicial, estaban para cumplir el mandato presidencial, de tal suerte, que los viejos ya vimos la película, protagonizada ahora por Andrés Manuel López Obrador, un convencido de que el poder no se comparte, y es por ello, que estamos volviendo al viejo y anquilosado centralismo.
Pero si el Presidente de la República piensa que sus determinaciones están siendo aprobadas y respaldadas por el total de los que le otorgamos confianza traducida en votos, en tal apreciación está equivocado, ya que una buena parte de esos 30 millones que le favorecimos, no somos seguidores guiados por lazarillos, sino gente que se inclinó hacia su proyecto como una forma de castigar al PRI y al PAN por los malos resultados que le rindieron a la ciudadanía y por la corrupción que dejaron crecer por todos los rincones del país, la cual sirvió de pasto seco para que se expandiera el incendio de violencia que hoy nos ahoga.
Bajo su personal valoración, Andrés Manuel está convencido de que todo lo que se hizo y estructuró en el pasado está inoculado por la corrupción, y que por lo tanto, hay que eliminarlo. Cierto, la corrupción es uno de los emblemas más significativos de pasadas gestiones presidenciales, pero no por ello podemos dejar de reconocer que hay frutos que son rescatables si se toma el control de ellos y se hace un reordenamiento para que cumplan con sus objetivos.
Pero tal opción no cabe en la visión totalitaria del Presidente de la República, quien ahora, con el incondicional apoyo de los diputados bajo sus órdenes y con el muy posible voto afirmativo de los senadores, logrará la extinción de poco más de una centena de fideicomisos que bajo el criterio presidencial, están infectados por la corrupción, el mal que afanosamente quiere eliminar el Ejecutivo federal para asentar la solvencia moral en las instituciones gubernamentales, por lo menos, por lo que resta de su periodo presidencial.
Y tan metido está el Presidente en su afán, que no se da cuenta que dentro de su administración, el mal que pretende eliminar continúa presente, la cual, con el centralismo impuesto por el Presidente, y todo el burocratismo que ello implica para llegar a los centros de toma de decisiones, será una buena fuente alimentadora de la deslealtad entre funcionarios y empleados públicos hacia los objetivos presidenciales.
Las ambiciosas metas planteadas en el proyecto de la llamada 4T, requieren de la participación de todos los mexicanos y no de una revuelta entre el pueblo bueno versus el pueblo malo, tal y como lo percibe el ego de Andrés Manuel. ¡Buen día!