Todos queremos vivir tranquilos, pero hay muchos acontecimientos y situaciones que nos roban la paz y sosiego. No existe la vida ideal, continuamente tropezamos con momentos aciagos que no quisiéramos vivenciar. Sin embargo, también esos momentos dolorosos e incomprensibles forman parte de nuestra maduración personal.
Hemos terminado un año doloroso, en el que lamentamos la partida de muchos amigos y familiares. Muchas personas también sufrieron la pérdida de sus empleos o el cierre de sus negocios. Y el inicio de este nuevo año tampoco se vislumbra muy prometedor, pues comenzamos con un tremendo repunte en los contagios por Covid 19 con nuevas variantes. Tal parece que tardaremos más de lo previsto en enderezar la barca de nuestra vida.
¿Qué debemos hacer? ¿Cuál debe ser nuestra postura? ¿Cómo encarar los desafíos, padecimientos y sinsabores que se presentan? ¿Mantendremos una actitud optimista o derrotista? ¿Enarbolaremos el estandarte de la esperanza o cederemos ante los embates con frustración, desconsuelo y resignación?
Al celebrar la primera misa de este año, el Papa Francisco nos presentó la figura de María, mujer que supo asimilar “el escándalo del pesebre”. A ella, el ángel le había prometido que daría a luz a un hijo que sería grande, sería llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le daría el trono de David, su padre. (Lc 1,31-32).
Sin embargo, la realidad con la que se topó fue otra: dio a luz en un pesebre en las afueras de Belén, rodeada por el “séquito” de pastores, bueyes y ovejas. “¿Cómo superar el choque entre lo ideal y lo real?”, se preguntó el Papa.
Como María, nosotros también sufrimos un choque entre las expectativas y la realidad. Debemos conservar la calma y meditar lo que ocurre.
¿Cómo sobrellevo las amarguras de la vida?