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@rodolfodiazf
Sólo quien desciende hasta la sima de la prueba y dolor se capacita para ascender a la cima que le permita renacer como verdadero ser humano. En efecto, cuando el hombre se contempla en el espejo de la desgracia o enfermedad es cuando recapacita más profundamente en su pendulante humanidad.
Es fácil deshumanizarse, perderse en el trajín cotidiano, embriagarse con las burbujas del éxito, poder, dinero y bienestar. Continuamente se olvida el ser humano de su breve y efímera existencia; por eso, es necesario remodelarlo y volverlo a fraguar en el yunque de la adversidad.
Ante la coyuntura del coronavirus el ser humano se cuestiona sobre la autenticidad de su existencia y retoma los valores de la humildad, empatía y fraternidad. Se despoja de sus disfraces fatuos y egocéntricos, y con sabiduría pascaliana reflexiona sobre su real estatura, sobre su grandeza y miseria, sobre el misterio intrínseco de su vida.
Miguel de Unamuno dijo que hay un misterio que anida en el alma de todo ser humano: “El misterio parece estar en nosotros a las veces como dormido o entumecido; no lo sentimos. Pero, de pronto y sin que siempre podamos determinar por qué, se nos despierta, parece que se irrita y nos duele, y hasta nos enfebrece y espolea al galope a nuestro pobre corazón”.
Señaló que Dios planta ese secreto en el corazón y mientras más obstáculos se presenten en la siembra es mejor:
“Y para plantarlo nos labra el alma con la afilada laya de la tribulación. Los poco atribulados tienen el secreto de su vida muy a flor de tierra, y corren el riesgo de no prender bien en ella y no echar raíces, y por no haber echado raíces no dar ni flores ni frutos”.
¿Labro y tempero mi alma?