La xenotrasplantación, una forma más de explotación animal

    Los seres humanos somos solo una especie animal más, tenemos una obligación moral de revisar y sopesar cuáles son las consecuencias de nuestros actos, para así evitar a toda costa el sufrimiento innecesario de las otras especies animales. Bajo este modelo de “una vida por otra” en el que el donador es un animal no humano, no podemos tomar a la ligereza las implicaciones morales, especialmente cuando “el donante” jamás pudo dar su consentimiento ya que fue sujeto de una relación desigual de poder.

    Como si no fuera suficiente el maltrato y crueldad que sufren los cerdos en la industria alimentaria, hace poco fue noticia el trasplante exitoso del corazón de un cerdo a una persona. Los xenotrasplantes son trasplantes de órganos entre especies distintas y sus defensores lo plantean como una forma de dar una solución a la escasez de órganos.

    Hipócritamente, para este tipo de trasplantes utilizamos a los animales que genética o funcionalmente se parecen más a nosotros para nuestro beneficio, pero a quienes al mismo tiempo les negamos el trato moral que le damos a los de nuestra misma especie al resaltar selectiva y convenientemente las diferencias.

    A pesar de que los seres humanos compartimos mucho más similitud genética con nuestros parientes evolutivos más cercanos, los bonobos, chimpancés, gorilas u orangutanes, la xenotrasplantación con estas especies se considera poco justificada en la actualidad. Esto es especialmente por los problemas éticos que se ha aceptado que representa utilizar a animales en peligro de extinción, el alto riesgo de transmisión de infecciones transmitidas por los primates, problemas por su periodo de gestación y el largo tiempo de crecimiento, y finalmente, porque los primates son candidatos poco aptos para la manipulación genética.

    Ante esta situación, los investigadores han optado por utilizar cerdos, ya que son animales de más fácil acceso, con periodos cortos de crecimiento, y siendo muy honestos, porque hay poca regulación y vigilancia en su trato, a diferencia de los animales silvestres. Si hay dudas, veamos lo que sucede en las granjas donde se mantienen a los cerdos, seres sensibles y considerados más inteligentes que un perro, hacinados, encerrados muchas veces sin poder ver la luz del sol en toda su vida, se les castra y se les corta la cola sin el uso de anestesia para el dolor, mientras que a las madres se les mantiene prácticamente inmovilizadas por dos años en las jaulas de gestación. Desafortunadamente para los cerdos, para el público en general es ampliamente aceptado que se les explote como alimento y es más fácil mirar hacia otro lado ante todas las prácticas que jamás aceptaríamos para nuestros perros y mucho menos para nosotros mismos.

    Es esta cosificación al grado de ver a los animales como mercancía lo que nos hace perder sensibilidad de las afectaciones que tenemos hacia otros que vemos diferentes y que eventualmente nos llevan a un adormecimiento moral. El trazo de esta línea limítrofe de nuestra responsabilidad moral al considerar un objeto a un ser vivo, contrario a ampliar nuestro círculo moral y aceptar otras formas y otras maneras de ser y de vivir, nos merma la sensibilidad para tener consideraciones morales hacia “los otros”.

    Entre los riesgos que se han encontrado de los xenotrasplantes está la transmisión de enfermedades. El Covid-19 ya nos ha dado una buena lección de una pandemia que a la fecha no hemos podido controlar a nivel global. Los cerdos tienen enfermedades que los humanos no, por lo que es una preocupación válida que la xenotrasplantación introduzca nuevos tipos de enfermedades a los seres humanos. ¿Estamos dispuestos a correr el riesgo? ¿Es justo?

    Los cerdos tienen una expectativa de vida mucho más corta que la de los seres humanos, hasta 20 años para los afortunados que viven en condiciones silvestres y no son matados cuando aún son bebés para la producción de carne, por lo que la persona que haya recibido el corazón de un cerdo posiblemente tendrá que ser sometido posteriormente a más intervenciones. Por último, la tasa de rechazo de órganos de otras especies es alta porque el cuerpo humano reconoce estas diferencias como algo no natural, es por ello que se deben de utilizar medicamentos potentes para evitar el rechazo.

    Los seres humanos somos solo una especie animal más, tenemos una obligación moral de revisar y sopesar cuáles son las consecuencias de nuestros actos, para así evitar a toda costa el sufrimiento innecesario de las otras especies animales. Bajo este modelo de “una vida por otra” en el que el donador es un animal no humano, no podemos tomar a la ligereza las implicaciones morales, especialmente cuando “el donante” jamás pudo dar su consentimiento ya que fue sujeto de una relación desigual de poder.

    Aún falta mucha discusión sobre cómo reglamentar y asegurarnos que los animales tengan mayor protección legal, especialmente de especies como los cerdos que se encuentran entre las especies atrapadas en un sistema alimentario que los cosifica y que simplifica que otras industrias como la de salud también se aprovechen de esta falta de protección. En The Humane League México luchamos cada día para eliminar el abuso de los animales explotados como alimento, pero un caso como este refleja que la cosificación está mucho más arraigada de lo que a veces se podría pensar.