La vocación neoliberal

ALDEA 21
12/04/2022 04:16
    Nuestra democracia sigue siendo un concepto de retórica discursiva y un instrumento ideal para llegar al poder y no una vía civilizada para consagrar una sociedad democrática. De ahí que nuestro mayor lastre sea nuestra clase política, que no asume su papel histórico, por eso fracasa, se frustra y decepciona tarde que temprano. No son tan diferentes en los hechos.

    Escribir sobre política en México es un derecho que suele ser muy complicado de ejercer, porque siempre habrá quien vea afectado sus intereses cuando se le critica por su desempeño como servidor público o representación popular. Y es que la lucha por el poder siempre ha sido una historia de conflictos, desacuerdos, acosos, crímenes, guerras y mezquindades.

    Pero en nuestro país, como seguramente sucede en otros de Latinoamérica, el ejercicio de la política se convirtió en los últimos años en una pesada losa para la población, sobre todo para las generaciones que crecieron en el periodo neoliberal, etapa en la que una de las promesas más frecuentes fue la democracia como vía para acceder a la igualdad, el desarrollo, progreso, modernidad y otras aspiraciones frustradas que a la fecha siguen siendo una redituable oferta para la clase política.

    Después de 40 años del primer gobierno neoliberal, en México todavía se espera que las promesas de democracia se cumplan más allá de resultados en las urnas. Si bien el Presidente López Obrador proclamó el fin del neoliberalismo, suponemos que lo hizo en sentido figurado y en el entusiasmo por iniciar su gobierno, pues desafortunadamente tal deseo no es posible con tan sólo manifestarlo públicamente, o tal vez se refería a la aplicación de una política distinta a la neoliberal, que es lo que se ha impulsado en estos primeros tres años.

    Sin embargo, en lo que va de este tiempo el ejercicio de la política, en su acepción de la “politics”, entendida como aquella que se practica por los actores, se ha convertido en un repetido relato de competencia, que terminó por cansar, decepcionar y evidenciar a un sistema de partidos que quedó muy por debajo de las expectativas de la democracia que muchos esperábamos.

    Polarizados e inmiscuidos en discursos y alegatos de descalificación, culpas y justificaciones, los partidos de oposición como los de Morena y sus aliados, se reciclan en sus prácticas como si el destino de nuestra democracia fuera el de una interminable competición de popularidad y revanchas con el único objetivo de alcanzar el poder, mientras que el sentido social de la democracia se aletarga en un escenario de manipulación política, favoritismos mediáticos y bufonería.

    Todo indica que la estrategia de la polarización entre dos “bandos” ha sido el medio que han escogido para desacreditar nuevamente la búsqueda de una utilidad real de la democracia en nuestra sociedad, más allá del beneficio que le ha significado a la clase política desde siempre, quienes hasta ahora conservan prácticamente secuestradas las instituciones públicas y políticas del país, incluyendo universidades y sindicatos.

    Si revisamos la breve historia de nuestra democracia en ciernes, esta no ha ido más allá de la alternancia de un partido a otro en lo que va del Siglo 21. Que, aunque se piensa que el actual gobierno federal combate la corrupción y su política de Estado de bienestar atenderá más a los pobres y la clase trabajadora tendrá mayores beneficios, queda en duda la continuidad de tal proyecto si consideramos que el pensamiento neoliberal en las actuales generaciones de la clase política y de servidores públicos está aún vigente en todos los gobiernos sin distinción de partidos. Una generación que no sólo se formó en lo académico y político con un pensamiento neoliberal, sino que practican una moral y persigue estilos de vida neoliberales, que contrastan con el discurso oficial de austeridad y vocación de servicio. Una realidad que se constata sin ninguna prudencia en los viejos y nuevos cuadros políticos de los partidos vigentes.

    En este contexto el proyecto ideológico de la 4T tiene su mayor debilidad en las filas de su partido y representantes populares, pues no predican en el ejemplo como lo hace el Presidente de México. Es probable que se repita la historia de cuando Lázaro Cárdenas dejó el poder, para luego Ávila Camacho iniciar el desmantelamiento gradual del pensamiento cardenista, mientras la clase política se disputaba el poder y los privilegios con las reglas necesarias para mantener los equilibrios del sistema político.

    Así la democracia parece ser todavía más una quimera que un anhelo por alcanzar, y por eso el fantasma de la reelección, que a muchos asusta, está cada vez más presente ante la falta de un liderazgo que se equipare o supere al de AMLO. La oposición no ha sido capaz de renovarse y superar los errores del pasado, actúan como si fueran ajenos a su propia debacle.

    Nuestra democracia sigue siendo un concepto de retórica discursiva y un instrumento ideal para llegar al poder y no una vía civilizada para consagrar una sociedad democrática. De ahí que nuestro mayor lastre sea nuestra clase política, que no asume su papel histórico, por eso fracasa, se frustra y decepciona tarde que temprano. No son tan diferentes en los hechos.

    Por eso en la consulta de revocación de mandato, a pesar de los planes para que fracasara y del acarreo de electores, el resultado mantiene porcentajes indiscutibles de preferencias para el Presidente, pero también consigna los sinsabores de una población que se abstuvo porque esperaba más, no de los partidos del antiguo régimen, sino de los gobiernos y legisladores de Morena.

    Hasta aquí mi opinión, los espero en este espacio el próximo martes.