Jorge del Rincón Bernal
Jrinber@gmail.com
Mis amables lectores, hoy les quiero compartir algo que encontré en Internet sobre la paciencia, una virtud que nos ayuda a la adquisición de cualquier virtud, a la consecución de los planes trazados y al cumplimiento de la tarea de formadores integrales.
La paciencia proviene de las palabras paz y ciencia y es: La capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse. La habilidad para hacer cosas pesadas o minuciosas. El saber esperar cuando algo se desea mucho. Hacer algo con lentitud para mejorar lo que se hace. El dominio de uno mismo. La tranquilidad de esperar en situaciones difíciles, etc.
La paciencia está relacionada con otras virtudes y valores humanos como: la condescendencia, la caridad, la constancia, la esperanza, la firmeza, la humildad, la insistencia, la perseverancia, la persistencia, la responsabilidad, la serenidad, la tenacidad, la tolerancia, la voluntad, el equilibrio y el tesón.
La impaciencia significa, ausencia de la paz y de la ciencia y aunque en algunos casos, pudiera ser legítima, en la mayoría de las ocasiones, es una falta de caridad hacia el prójimo. También puede ser manifestada por algunos padres, motivada por un excesivo y mal entendido cariño hacia sus hijos, que les lleva a desear inmediatamente lo mejor para ellos.
La impaciencia está relacionada con: La angustia, la ansiedad, la intolerancia, la intranquilidad, la intransigencia, la ira, la tensión, el desasosiego, el enojo, etc. Hay también paciencia e impaciencia colectiva en la sociedad, la cual suele expresarse ante situaciones graves.
Practicar la paciencia supone cultivarla día a día, para engrandecerla. Es un ejercicio de amor, fe y humildad que hace crecer a las personas. Tener paciencia es una virtud de sabios y una cualidad de hombres con mucho valor humano, pero para poder ejercitarla con los demás, debe empezar a ejercitarse con uno mismo, ya que hoy en día, todo está encaminado a potenciar el aquí y ahora. Yo primero. Date prisa y satisfacción inmediata, soluciones a muy corto plazo, sin tener en cuenta el tiempo y el esfuerzo requeridos para conseguirlos.
Las personas fuertes mentalmente y bien formadas en la virtud de la paciencia, suelen ser más pacientes que los débiles, pues saben tolerar los males ajenos, con ánimo más tranquilo, por eso los padres y los superiores, tiene el derecho y la obligación de corregir, pero con mucha paciencia.
Todos los días y a todas las horas, ponen a prueba nuestra paciencia y autodisciplina. Salir triunfante de esas pruebas, es un verdadero heroísmo, por eso se necesita aprenderla y practicarla para alcanzar y perseverar los objetivos propuestos, principalmente en el plan de vida.
La paciencia nos enseña a saber esperar, a hablar de manera adecuada en cada momento y a callar cuando es conveniente, así como a evitar roces, silenciar cuentos ajenos y los dolores propios, porque las lamentaciones y penas ajenas nublan el día, entristecen el corazón y descontrolan la paz.
La paciencia es un integrante importantísimo de las relaciones interpersonales. Entre los mismos padres, entre los padres y los hijos. Entre los jóvenes y los mayores. Entre los maestros y alumnos.
Entre los empleadores y empleados y viceversa. Los hijos proporcionan una fuente inagotable de ocasiones, para ejercitar la paciencia e irles modelando, para su beneficio futuro.
La paciencia no tiene que conllevar el esperar indefinidamente, ni pasar por alto situaciones insoportables. Tiene que haber un equilibrio entre paciencia, tolerancia, justicia y segundas oportunidades. La paciencia no impide rebelarse, cuando sea necesario, contra los agresores personales o contra los que atacan a las cosas o instituciones queridas.
La paciencia si se fomenta y usa bien, ayuda a la adquisición de otras virtudes importantes para la vida cotidiana, a la obtención de los objetivos programados, a formar la integridad de los padres y de los hijos, a sobrellevar la tristeza y los sufrimientos físicos o mentales, a templar el carácter, a soportar los infortunios y sufrimientos ligeros o pesados y a hacernos más tolerantes, generosos, diligentes y dispuestos con los demás.
La paciencia da equilibrio y vigor a la personalidad, nos hace más tolerantes, comprensivos y fuertes para soportar los contratiempos con mucha más fuerza y sin lamentaciones.
Amables lectores, a mi edad, es difícil practicar esta virtud, pero eso no quiere decir que no ponga de mi empeño para ser paciente. Después de compartirles este gran valor, los invito a apreciarlo y transmitirlo a las nuevas generaciones.