El título de esta columna es el de un cuaderno publicado por el autor español Guillermo Rovirosa, en 1962, dos años antes de fallecer. En estas palabras y conceptos, desde su óptica de creyente obrero cristiano, subraya la importancia capital de la escucha para mantener una correcta comunicación con los demás y consigo mismo, puesto que quien no escucha, ni se escucha, es incapaz de encontrar el sentido de su vida, pues se declara incompetente para conocer y conocerse, encontrar y encontrarse, amar y amarse.
Lo primero que reconoció Rovirosa fue nuestra incapacidad para escuchar, pues muchas veces presumimos de atender a los demás, cuando somos incapaces de descifrar sus necesidades. Así lo expresó: “En el ocaso de mi vida, traspuestos ampliamente los 60 años, me percato con gran pena y no menor asombro de algo esencialísimo en la vida y a lo que nunca presté la menor atención. De algo que ahora me explica en gran parte los fracasos en mis relaciones humanas. Me he dado cuenta de que nunca he escuchado verdaderamente a nadie”. Añadió: “Comprendo perfectamente que lo que acabo de escribir sorprenda bastante a quien acaba de leerlo, tanto si me conoce personalmente, como si no. ¿Es posible que con una larga vida de relaciones extensas e intensas no haya escuchado nunca a nadie? Pues sí, señor. No solamente es posible, sino que ésta es la tristísima realidad”.
Por si esta confesión de Rovirosa dejara a alguien incrédulo o sin aliento, precisó: “Claro está que no es lo mismo escuchar «de cualquier manera» que escuchar «verdaderamente», subrayando esta palabra como he hecho al empezar”.
En efecto, escuchar verdaderamente es lo que también se llama hoy “escucha activa”, que consiste en escuchar para comprender y no solamente para responder.
¿Sé escuchar?