"“La utilidad del Deseo” es el más reciente libro de ensayos literarios del prolífico narrador Juan Villoro."
El prólogo de “La utilidad del deseo”, titulado “El camino de la madera”, es un hermoso y rico ensayo sobre la relación de los libros y la lectura con la madera y el bosque.
Para explicar esto cuenta el autor que sus primeros estudios los realizó en el Colegio Alemán de la Ciudad de México; por lo que primero aprendió a escribir y leer en alemán. El español fue su lengua de juegos y casa; este hecho le confirió a Villoro una perspectiva diferente hacia la vida y el lenguaje que aún persiste.
Nos dice también que el alemán ama la precisión descriptiva, y que una de las primeras palabras que aprendió en el kínder fue “cerillo”, “streichhölzchen” que significa literalmente “madera que se frota”. Agrega, además, que “caja de cerillos” es “Streichhölzenschachtel”; debido a tales complicaciones, nunca, nunca, deseó fumar.
Los libros se hacen de madera de árboles que se encuentran en un bosque. “Un libro cerrado es sólo una cosa”, se transforma cuando es abierto y leído. Pero este proceso no acaba en el lector, exige el comentario. Bien lo decía el gran “Gabo”: “Mejor que hacer literatura, es hablar de literatura”. Eso pretende lograr Villoro en esta extensa y excepcional obra: el contagio del deseo.” Leer un libro es hacer que arda la madera”.
“La utilidad del deseo” está conformado por un buen número de ensayos y autores. Villoro es un gran maestro que, página a página, ilustra nuestra ignorancia.
Ante tal variedad de opciones tuve que seleccionar sólo un ensayo, “La invención de la realidad”, que me pareció sorprendente y excepcional. Trata sobre la vida de Daniel Defoe y su obra maestra, “Robinson Crusoe”, novela trascendental que cambió el rumbo de la literatura; de la manera de escribir novelas, particularmente.
Al igual que otros muchos lectores, supongo, leí esta novela siendo niño. La recuerdo sólo como un inolvidable libro de aventuras. El magistral ensayo me llevó a la relectura “completa” del libro, esta vez con mis lastimados ojos de adulto. El libro me atrapó, aunque para ser honesto, sólo pensaba ojearlo para recordar detalles y poder alimentar este comentario.
Pero vamos primero con la vida del autor. Defoe, entre otras variadas actividades y oficios, fue principalmente un periodista que escribía panfletos a destajo y para el mejor postor. Estudió en un buen colegio para protestantes disidentes. El director de la escuela afirmaba que las aves migratorias desaparecían en invierno para irse a la luna. Con todo esto, recibió ahí una educación básica y eficiente.
Debido a conflictos religiosos y ante la amenaza de que su biblia fuera prohibida, Defoe y los jóvenes de su clase copiaron el Pentateuco para salvarlo, por lo que Robinson Crusoe está alimentado por numerosas y significativas citas bíblicas.
Cuando Defoe regresa a Londres en 1730, tiene 70 años. Viene cargando una vida plagada de fracasos comerciales, cárcel, deudas; y de haber sufrido la picota. A pesar de todo había escrito miles de páginas a destajo; ignoraba entonces que hacía diez años había escrito un libro que lo iba a convertir en el mejor escritor de su tiempo. Un año después murió y nunca lo supo.
Robinson Crusoe se publicó por primera vez en 1719. Debido a su oficio periodístico, Defoe va a escribir una novela en un lenguaje sencillo, llano, en primera persona, como si fuera una autobiografía, desde una perspectiva que expresaba “no lo que pasó”, sino “lo que está pasando ahora”.
Además, Defoe narra los hechos de manera vertiginosa, con abundancia y fineza en el detalle, rematando todo el relato con una verosimilitud pasmosa.
Robinson, “alter ego” del autor, es un desobediente, gobernado por sus impulsos, en vez de acatar los consejos de su padre, quien le pide que lleve una vida ordenada y estable económicamente.
“Algún día vas a estar sólo y abandonado sin que nadie te pueda ayudar”. Crusoe naufraga dos veces, en la primera el capitán de la nave, le llama “Jonás”, y le advierte que nunca vuelva a abordar un barco, que mejor obedezca el consejo de su padre.
El segundo naufragio lo arroja a la isla donde va a permanecer poco más de 28 años. En ella Robinson sobrevive en soledad después de un alud de peripecias y de enfrentar los embates inclementes de la adversidad. Allí aprende a mirar lo bueno dentro de su desgracia, apoyado siempre por los textos bíblicos. Acepta su realidad y sufre una “conversión espiritual”.
Lo que le permite lograr así la mayor riqueza que puede tener un ser humano: vivir en paz consigo mismo.