La transición autocrática

    Las recientes acciones para concentrar el poder en el Ejecutivo, debilitar las instituciones independientes y eliminar los contrapesos fundamentales son señales alarmantes de que nos dirigimos hacia una autocracia.

    “No entres dócilmente en esa buena noche, la vejez debería arder y delirar al final del día; rabia, rabia contra la muerte de la luz”. Estas palabras, llenas de furia contenida y determinación, escritas por Dylan Thomas, resuenan con fuerza durante tiempos inciertos, y hoy, en México, esa luz que proviene de la inacabada transición democrática está en peligro de apagarse. Estamos ante un punto de inflexión histórico donde el poder se concentra de manera alarmante, como si una chispa hubiese sido encendida en la República, amenazando con consumir los logros de generaciones.

    La historia, como un espejo distante, nos recuerda que lo que hoy parece inquebrantable puede derrumbarse con una facilidad aterradora. Las civilizaciones que alguna vez gobernaron el mundo se erosionaron desde dentro, muchas veces por el exceso de poder y la falta de límites. La historia, entonces, no es sólo un relato de eventos pasados, sino una advertencia constante sobre lo que puede suceder cuando dejamos de cuestionar y vigilar.

    En este momento, México se enfrenta a un punto de inflexión. Las acciones de hoy no sólo determinarán el presente, sino que quedarán inscritas en las páginas de la historia. Se escribirá sobre este periodo, y nuestros descendientes verán cómo se desarrolló la narrativa que estamos construyendo. Y, sin embargo, aunque el gobierno actual parece convencido de estar “haciendo historia”, cabe preguntarse si estamos, en cambio, presenciando la destrucción de nuestra república.

    El peligro de centralizar
    el poder

    A lo largo de la historia, los líderes que han buscado consolidar su poder bajo la bandera de “hacer historia” muchas veces han causado un daño irreversible. La concentración del poder en una sola persona, como hemos visto en otros momentos oscuros de la humanidad, no es un acto de construcción, sino de destrucción. Cuando las instituciones de contrapeso desaparecen, cuando el Poder Judicial se convierte en un instrumento del gobierno y las minorías pierden su voz, no se está creando una nación más fuerte; se está edificando una autocracia.

    México, como nación, ha avanzado durante décadas en la construcción de una democracia funcional, en la que el poder se reparte entre diferentes actores y donde las instituciones garantizan que nadie, ni siquiera el Presidente, esté por encima de la ley. Sin embargo, las recientes acciones para concentrar el poder en el Ejecutivo, debilitar las instituciones independientes y eliminar los contrapesos fundamentales son señales alarmantes de que nos dirigimos hacia un modelo donde el equilibrio de poder es inexistente.

    Al reflexionar sobre el presente de México y las acciones del Gobierno, una imagen inevitablemente viene a la mente: la figura de Nerón, el Emperador que, según las leyendas, incendió Roma mientras se deleitaba con su música, creyendo estar dando paso a una nueva ciudad mejorada. En su momento, Nerón tal vez creyó que estaba “haciendo historia”, que su visión de Roma justificaría el sacrificio de su destrucción. Sin embargo, la historia no lo recuerda como un visionario, sino como un tirano que permitió que las llamas consumieran su imperio.

    Hoy en día, el riesgo de que se “incendien” las bases democráticas de México es real. Como Nerón, algunos líderes pueden verse tentados a destruir las instituciones bajo la ilusión de que, con un poder concentrado, podrán reconstruir el País según sus propios términos. Pero al igual que en la antigua Roma, este camino sólo llevará al colapso de aquello que ha sido arduamente construido por generaciones. Las consecuencias de tales decisiones pueden no ser visibles de inmediato, pero cuando el humo se disipe, podríamos encontrarnos con las ruinas de lo que alguna vez fue una República Democrática.

    La democracia cooptada

    Así como la concentración de poder destruye la autonomía de las instituciones, la cooptación de la democracia es el siguiente paso en la erosión de nuestras libertades.

    Uno de los principios fundamentales de la democracia es la representación de todos los sectores de la sociedad. Si las minorías son relegadas y las mayorías obtienen un poder desproporcionado, estamos destruyendo la esencia misma de nuestra democracia. Cuando un partido político tiene la capacidad de controlar todos los resortes del poder, como el Congreso y el sistema judicial, y además erosiona las instituciones que deberían actuar como contrapesos, el riesgo de abusos se convierte en una realidad tangible.

    En este escenario donde las decisiones ya no son discutidas ni negociadas, sino impuestas por una mayoría circunstancial, las minorías no tienen posibilidad de frenar políticas que las afectan directamente. Esto, a largo plazo, puede llevar a la marginación de grupos importantes dentro de la sociedad, a la erosión del contrato social y a la inestabilidad política.

    El espejismo de una
    democracia autoritaria

    No es extraño que las democracias se erosionen desde dentro. En muchos casos, los líderes autoritarios llegan al poder a través de medios democráticos, pero una vez instalados, empiezan a desmontar los mecanismos que les permitieron llegar allí. La historia está llena de ejemplos de líderes que, bajo el pretexto de “hacer historia”, han cooptado instituciones, suprimido oposiciones y restringido derechos. Esto es lo que se conoce como una democracia iliberal o autoritarismo electoral, donde las instituciones formales de la democracia existen, pero su sustancia se ha desvanecido.

    El Presidente López Obrador afirma estar “haciendo historia”, pero la verdadera historia se escribirá en los próximos años, cuando las consecuencias de sus decisiones sean plenamente visibles. No se puede subestimar el peligro de un gobierno sin contrapesos. Sin una Oposición fuerte, sin un Poder Judicial independiente y sin medios libres para cuestionar, el camino hacia el autoritarismo no es sólo posible, sino probable.

    La historia no es un conjunto de páginas escritas en piedra. Es un lienzo en blanco que nosotros, como sociedad, tenemos el poder de pintar. Pero si permitimos que unos pocos esbocen los trazos definitivos, podríamos encontrarnos en un país donde las libertades y derechos que hoy damos por sentado se conviertan en meros recuerdos. La democracia mexicana ha sido arduamente conquistada, y no podemos permitir que se desmorone ante nuestros ojos. Hoy más que nunca, es el momento de defenderla con cada acción y con cada palabra, no entremos dócilmente en esa buena noche del autoritarismo con disfraz de democracia.

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    El autor es especialista en materia político-electoral, comunicación política e innovación

    @RobertHeycherMx

    Animal Político / @Pajaropolitico