Esta es la tercera de cuatro entregas sobre el tema del mal -tarea que, debo confesar, no ha sido fácil-.
A la luz de un texto de Terry Eagleton, he venido diciendo que el mal, por su naturaleza y forma en que se presenta, “no hay contexto alguno que lo haga explicable”. Sus rasgos le vuelven ininteligible, irreal, raro, tan raro que en ocasiones llega a fastidiar nuestros sentidos cuando estos se topan con su obstinada y repetida presencia.
Es tan grande la sorpresa de ver las maneras en que el mal se hace presente, que, como dice Eagleton, no podemos ir más allá de preguntarnos “¿por qué?”. La pregunta no surge de nuestra incapacidad de entender; en todo caso, está más próxima a un reclamo que hacemos a Dios o a esa entidad que permite que situaciones inexplicablemente aberrantes sucedan en nuestro día a día. Me explico.
Esta semana, Alejandro García Becerra -apodado “El Duende”-, volcó el tráiler que conducía a la altura de la comunidad El Fresno del municipio Tlacoculan, Veracruz. Las maniobras para evitar la volcadura provocaron que algo de la carga se regara en ambos lados del asfalto; la mayor parte quedó en la caja del tráiler. El estruendo alertó a algunos vecinos de la comunidad. Tras darse cuenta que la carretera estaba atestada de cajas con latas de atún, ni tardos ni perezosos, como si fuera época de pizca, levantaron lo que pudieron, mientras “El Duende” agonizaba en la cabina.
Un videoaficionado de los que nunca falta en este tipo de escenas dijo: “Está el chofer muriéndose. El chofer ahí, y la gente chingándose las cosas”. La agonía del Duende no contuvo ni detuvo la rapiña.
No hay necesidad de ver el video -que se hizo viral en las redes-, ya que basta imaginar la escena para que de inmediato nos preguntemos ¿por qué suceden estas cosas?
Sobra decir que quien se hace dicha pregunta tiene claro que el destino fatal del Duende se encuentra asociado a causas muy concretas -pudo haber conducido a exceso de velocidad, se quedó dormido, estaba drogado, esquivó a un coche y eso le hizo perder el control, etcétera-. Por ello, más que una pregunta es, como dice Eagleton, “una reacción ante lo que parece ser el crudo sinsentido de las cosas”. Si el hombre es lobo del hombre, como dijera Thomas Hobbes, ¿entonces por qué Dios permite que sobre la tierra sucedan cosas tan horribles como estas formas tan extremas en que se manifiesta el egoísmo y el desinterés hacia el dolor y el infortunio ajeno?
Como nos recuerda Eagleton, uno de los principales propósitos de la teodicea es explicar las razones por las cuales Dios permite, por decirlo de esta manera, que exista el mal en el mundo. Si Dios es amor, entonces, ¿por qué tolera que sus hijos sufran? ¿Hay alguna razón que aclare esta forma de proceder de un Dios al que se tiene por infinitamente bueno y misericordioso?
Nuestro autor señala que la teodicea explica esta contradicción, básicamente, a partir dos tesis: la del Boy Scout, y la de la visión de conjunto. Veamos qué significa cada una.
La tesis del Boy Scout, según Eagleton, dice que “la existencia del mal resulta esencial para la construcción del carácter moral. [...] nos proporciona la oportunidad de hacer el bien y ejercer nuestra responsabilidad. En ocasiones, del mal pueden salir cosas buenas. Tal vez haya personas arrogantes a quienes no les vendría mal un infortunio grave, aunque fuera muy de vez en cuando”.
Aunque de entrada resulta hasta cierto punto sugerente, esta tesis no es del todo convincente. Pensemos en la familia del Duende. Imaginemos que la pareja de éste presumía, sin rubor alguno, las habilidades al volante de su marido; era tal su jactancia que muchas veces llegó hacer sentir mal a quien no tuviera las credenciales del hoy fallecido. Sin embargo, el terrible accidente, ahora le dejó sin ninguna posibilidad de presumir al respecto. La pregunta es: ¿sirvió de lección para que esta mujer nunca más vuelva a presumir sin empacho alguno las cualidades o habilidades de su familia? ¿Tenía que ocurrir una desgracia tan grande para que ella aprendiera a ser más considerada con quienes le rodean?
Como dice Eagleton, “del mal no siempre se desprende un bien, e incluso cuando sí ocurre, el bien derivado difícilmente compensa como para justificar el mal inicial”. Sin duda, había un sinnúmero de formas menos drásticas en que esta mujer podría haber aprendido a ser menos presumida.
La segunda tesis tiene que ver con la visión de conjunto, la cual sostiene que “el mal no es realmente malo, sino que se trata simplemente de un bien que nos sabemos reconocer como tal. Si fuéramos capaces de contemplar el panorama cósmico en su totalidad y viéramos el mundo desde la perspectiva del ojo de Dios, nos daríamos cuenta de que, en principio, lo que nos parece malo desempeña un papel esencial en un todo que es benéfico. Sin ese mal (que lo es solo en apariencia) ese todo no funcionaría como debe. Desde el momento en que ponemos las cosas en su justo contexto, lo que parece malo pasa a ser visto como bueno”.
Cabe decir que esta segunda tesis no es algo que sostenga Eagleton, sino aquellos que defienden la teodicea, sin embargo, al igual que nuestro autor, hay buenas razones para creer que éstos se equivocan. ¿Qué bien encarna y se desprende de la lenta agonía a la que se vio obligado el Duende, mientras algunos de la comunidad del Fresno se abalanzaban a su tráiler como aves de rapiña? ¿Qué parte del sistema cósmico se arreglará con esta muerte que, quizá, pudo haberse evitado?
Si pensamos en cada una de las personas -incluso quien grabó el video que circuló en las redes-, y tuviéramos oportunidad de hablar con ellas, nos daríamos cuenta, como dice Mary Midgley, que “mucho mal es causado por motivos reposados, respetables, nada agresivos, como la pereza, el temor y la avaricia”. En la mayoría de los casos que podemos considerar aberrantes o monstruosos, dirá Terry Eagleton, “son el interés propio y la voracidad tradicionales lo que tenemos que temer, no el mal”.
Quienes aparecen en el video carroñando el contenido del tráiler volteado, además de haber actuado tal como lo hacen las hienas o las aves de rapiña, son padres, hermanos, tíos y vecinos, que ante los ojos de estos, son seres humanos cálidos, solidarios e, incluso, amorosos.
Y por no dejar, van unas cuantas preguntas al margen: ¿Con qué cara la oposición se indigna ante las muchas contradicciones de López Obrador, si no ha jugado el rol que le corresponde? En este caso, ¿no es más indigno y patético tener un papel de mero espectador? ¿Ya preparó el discurso del mea culpa del 2024?