Muchas de nuestras lamentaciones, quejas y desdichas provienen del sentirnos ignorados e incomprendidos. Sentimos que nosotros damos demasiado y que los demás no lo perciben, comprenden ni agradecen.
En nuestros desvaríos contabilizamos todas las acciones y trabajos que hemos realizado sin que los demás lo noten ni lo reconozcan. Pensamos que nuestra labor es muy ingrata porque ninguna persona percibe nuestro empeño y esfuerzo, además de que tampoco cooperan de ninguna manera para apoyarnos y darnos una palmada que aligere nuestros afanes y preocupaciones.
La incomprensión que sentimos hace que nuestra tarea se torne más pesada. La amargura nos envuelve por completo y amenaza con congelar nuestro corazón. Peter Dyckhoff, en su libro Cien relatos para la oración de quietud en la vida diaria, compartió un relato en el que una silla de montar se queja de su pesada labor:
“En un círculo formado por sillas de montar, una de ellas se quejaba: “¡Yo cargo con el jinete!” Y como sabía que era así, lo decía con toda seguridad, plenamente convencida.
Nadie la contradijo, excepto una. “Piénsalo bien”, le aconsejó. La silla lo hizo. En un momento de calma, reflexionó sobre sí misma y su cometido. Al final comprendió: “Es verdad: yo llevo al jinete, pero el caballo me lleva a mí”. Además, vio con claridad que el caballo no solo la llevaba a ella, sino también al jinete; porque claramente reconoció que si ella era capaz de llevar al jinete era porque ella misma era llevada. Al instante se sintió mejor. Respiró hondo y, de pronto, se sintió liberada. La invadió una energía completamente nueva. Y cargar con el jinete se convirtió para ella en una alegría”.
¿Me quejo constantemente de mi tarea? ¿Me oprime la amargura? ¿Comprendo que es un trabajo compartido?
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@rodolfodiazf