Siempre me llaman la atención unas palabras de la canción El Rey, compuesta por José Alfredo Jiménez: “Una piedra en el camino me enseñó que mi destino era rodar y rodar. También me dijo un arriero que no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”.
Son sugestivas y atrayentes por su filosofía práctica. La vida es una rueda, pero lo importante es no rodar al garete, ni ser empujado por cualquier viento. Hay que apuntar la proa al horizonte deseado y arribar a la meta en el momento oportuno.
Elisabeth Kübler Ross, psiquiatra y escritora suizo-estadounidense que falleció el 24 de agosto de 2004, se caracterizó por sus profundos estudios sobre la tanatología; es decir, sobre la muerte y cuidados paliativos. El título de uno de sus libros tiene cercanía con las palabras de José Alfredo: La rueda de la vida.
Claro, ella no utiliza el símil de rodar, pero sí reflexiona serenamente en el camino que recorremos en esta vida hasta encontrarnos con la muerte: “La muerte me llegará como un cariñoso abrazo. Como vengo diciendo desde hace mucho tiempo, la vida en el cuerpo físico es un período muy corto de la existencia total... Mi único deseo ha sido abandonar mi cuerpo, como una mariposa que se desprende de su capullo, y fundirme por fin con la gran luz”.
Después de estar más de dos años enferma y dependiendo del cuidado de otras personas, expresó: “¿por qué no hacer una fiesta de despedida? ¿Por qué no celebrarlo? A mis setenta y un años puedo decir que he vivido de verdad... Cualquier persona que conozca mi trabajo sabe que creo que la muerte puede ser una de las experiencias más sublimes de la vida”.
¿Dirijo la rueda de mi vida?