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Quienes, por cuanto al informe cotidiano del Covid 19 aún se atienen a los pronósticos del doctor Hugo López-Gatell, Subsecretario de Salud de la Cuarta Transformación, están sentenciados a pasar de la incertidumbre a la desesperanza, pues ahora ese vocero oficial augura que, en el mejor de los casos, el vértice crucial de la pandemia podría extenderse en México hasta julio o agosto.
Ante observación tan preocupante, la única esperanza que surge es que López-Gatell esté incurriendo en una equivocación más, y que ésta sea tan rotunda como la de haber vaticinado que en nuestro País la curva del coronavirus alcanzaría su pico crítico entre el seis y el ocho de mayo, y que a partir de esas fechas se aplanaría.
La intención de rechazo implícita en el dicho que reza: “la lengua se les haga chicharrón”, aplica en este caso y se hace extensiva hacia otros funcionarios federales que advierten la posibilidad de que la gravedad de la ruta pandémica podría prolongarse hasta septiembre, y tal vez hasta octubre.
Por infortunio la realidad que describe la curva informativa acusa actualmente un registro diario de contagios y decesos que dista mucho de motivar conceptos alentadores. Ante esta situación no queda más que aferrarse al voto de que la ruta patológica de la pandemia registre un cambio que contradiga en los hechos todos los presagios fatales, y permita que nuestro país retorne, sin grandes costos sociales, a una normalidad suficiente para salvarlo del desastre económico a que la obligada inactividad lo está sentenciando.
De mantenerse en vigencia la disposición de que la norma oficial ante la nueva normalidad se delega a los gobiernos estatales, la esperanza ciudadana, hecha demanda, es constatar que la estrategia oficial a seguir en cada entidad corresponda a las auténticas y más urgentes necesidades de todos los sectores de la población, y que las decisiones a tomar sean las más atinadas para atender el creciente apremio económico de las capas depauperadas por la inacción, sin vulnerar los protocolos sanitarios contra la persistencia pandémica, lo cual representa un ingente reto a la inteligencia y a la congruencia de los respectivos mandatarios.
Actualmente la aplicación de medidas eficaces en algunas entidades federativas se refleja en la curva indicadora de la ruta crítica del Covid-19, y esas favorables tendencias neutralizan presiones y liberan decisiones para el reacomodo de las actividades económicas, cuya paulatina regularización es un aspecto de extrema urgencia toda vez que, de mantenerse, la actual situación de precariedad puede generar una escalada de inestabilidad y violencia por hambre, con toda la problemática y los riesgos que tal avatar entraña.
En este mar de conturbadores presagios el Presidente Andrés Manuel López Obrador navega en la nave del optimismo con una brújula que a millones de mexicanos les parece desorientada, en tanto que para otros tantos millones de seguidores su mensaje es como el dogma de cada día.
Lo cierto es que el guía de la Cuarta Transformación aparece inalterable ante el cada día más complicado entorno, y así lo demuestra cuando entre tanta inquietud social mantiene inalterables y en marcha sus personales proyectos de nación. Dígalo la construcción del Tren Maya, o la refinería de Dos Bocas que actualmente promueve en su natal Tabasco.
Esta semana la relación de contagios y de decesos alcanzó sus más altos registros a un nivel muy preocupante, aunque en el caso de Sinaloa cabe observar que, de acuerdo con lo expresado por las autoridades del Sector Salud, la cotidiana información acumula y suma los datos de días anteriores a los casos registrados en el día de la publicación, lo cual incrementa el estado de confusión e incertidumbre que priva en torno al Covid 19, cuyo curso real es un enigma.
Ahora surge una paradoja, pues cuando el calendario protocolario señala el retorno a la nueva normalidad, López-Gatell demanda con apremio: “quédate en casa”. Y ante esta crisis, en el comportamiento de la sociedad estriba la mejor o la peor respuesta.