La resistencia

27/02/2025 04:01
    Hoy, las lecciones que ofrecen nuestros líderes globales y nacionales son, en demasiados casos, lecciones de antidemocracia. Pero si el espacio público enseña actitudes antidemocráticas, el civismo también puede convertirse en una herramienta de resistencia.

    De manera casi imperceptible, la educación cívica actúa como un espejo y como una semilla. Es espejo porque refleja lo que somos y hemos permitido ser como sociedad; es semilla porque, si se cultiva con cuidado, puede dar frutos que transformen nuestra realidad. Sin embargo, este instrumento tan poderoso ha sido, a lo largo de la historia, un arma de doble filo: puede construir sociedades pluralistas, libres y justas, o puede erigir regímenes autoritarios que uniforman conciencias y ahogan diferencias.

    Para Derek Heater, experto en historia y ciudadanía, la educación cívica no es un conjunto de normas abstractas, sino un proceso vivo, enraizado en la experiencia. Aprendemos civismo no sólo en las aulas, sino también en las sobremesas familiares -cuando éstas aún existen-, en las noticias de camino al trabajo, en las redes sociales que colonizan nuestras horas y en las conversaciones cotidianas. Sin embargo, si los estímulos que recibimos están impregnados de odio, mentira y autoritarismo, ¿qué tipo de ciudadanía estamos formando?

    Los estímulos de
    la antidemocracia

    La ciudadanía joven y la del mañana se forman observando, asimilando y replicando lo que ven en el espacio público. Hoy, las lecciones que ofrecen nuestros líderes globales y nacionales son, en demasiados casos, lecciones de antidemocracia.

    El racismo descarado del Presidente de los Estados Unidos enseña que discriminar está bien, si sirve a tus intereses. El autoritarismo de Nicolás Maduro muestra que las derrotas no se aceptan; se niegan y se combaten sin importar los costos. El abuso de Putin deja claro que la fuerza justifica el deseo. Y más cerca de casa, la soberbia de figuras como Gerardo Fernández Noroña enseña que la voz de las minorías es prescindible si no encaja en tu narrativa.

    Peor aún, en México, las conferencias mañaneras desde Palacio Nacional han normalizado la descalificación, las mentiras y el estigma como herramientas políticas. Lo que debería ser un ejercicio de transparencia y rendición de cuentas, se ha convertido en un espacio donde las diferencias son castigadas y la crítica es deslegitimada.

    ¿Qué están aprendiendo las nuevas generaciones? Quizá que conformarse con lo mínimo es una virtud, que las libertades individuales pueden intercambiarse por migajas de seguridad económica y que aspirar a una vida mejor es casi un pecado o simplemente un privilegio para quienes viven y despachan desde un palacio. Este aprendizaje implícito es un veneno silencioso que atrofia la imaginación y sofoca los sueños.

    Recuperar la educación cívica como un acto de resistencia

    Pero si el espacio público enseña actitudes antidemocráticas, el civismo también puede convertirse en una herramienta de resistencia. Debemos recordar que, en México, la transición democrática no solo nos dio instituciones, sino también valores. En las décadas de lucha por un sistema más plural y participativo, aprendimos que la democracia es más que un conjunto de reglas: es un compromiso colectivo con el respeto, la verdad y la justicia.

    Es hora de recuperar esa memoria. Debemos enseñar que el pluralismo enriquece, que la diversidad no debilita, sino fortalece. Que quien piensa diferente no es un enemigo, sino un aliado en el diálogo. Debemos mostrar que el poder no es un botín para repartir entre amigos, sino una herramienta para servir a la comunidad. Sobre todo, debemos recordar que la verdad importa, incluso cuando es incómoda.

    Esta recuperación no puede limitarse a las escuelas. Necesitamos una cultura cívica que impregne todos los espacios: en las familias, en los medios, en las conversaciones digitales. Cada acto de diálogo respetuoso, cada decisión informada, cada esfuerzo por construir puentes donde otros erigen muros, es un paso hacia un México más democrático.

    Un México mejor

    Un dicho popular mexicano reza: “Diosito, no quiero que me des, sino que me pongas donde hay”. Esta frase encierra una verdad profunda: a las y los mexicanos nos gusta trabajar, ganarnos las cosas con esfuerzo. Lo que necesitamos no son dádivas que nos mantengan al borde de la supervivencia, sino un entorno que nos permita aspirar, crecer y construir un futuro digno.

    La educación cívica es el terreno donde sembramos esas aspiraciones. Es el lugar donde aprendemos que no debemos conformarnos con lo mínimo, sino luchar por lo suficiente; que merecemos no solo sobrevivir, sino prosperar. Es el espacio donde se forja una ciudadanía que exige derechos y también cumple con sus deberes, que participa activamente en la vida pública y que no se deja amedrentar por el poder.

    La contraoferta

    La educación cívica no es un lujo ni una abstracción. Es la base sobre la que construimos nuestra convivencia y nuestra democracia. En tiempos de polarización y retroceso, recuperar su esencia no es solo un acto pedagógico, sino un acto político, una declaración de que creemos en un México donde todas las voces cuentan, donde las diferencias se respetan y donde el futuro se construye con justicia.

    En este esfuerzo, todos tenemos un papel que jugar. Desde las aulas hasta los hogares, desde los medios hasta las redes sociales, cada espacio es una oportunidad para enseñar y aprender los valores que queremos ver reflejados en nuestra sociedad. Porque, al final, la democracia no es un regalo: es una conquista diaria. Y si queremos un México donde nuestras hijas e hijos vivan con dignidad, debemos asegurarnos que en su civismo encuentren no solo un espejo, sino también una semilla.

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    Especialista en materia político-electoral, comunicación política e innovación

    @RobertHeycherMx

    Animal Político / @Pajaropolitico