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"ALDEA 21"

"La prolongación del presente"

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ALDEA 21

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    @vraldapa

     

    Fue en la elección para gobernador en 1986 cuando en Sinaloa después de mucho tiempo un proceso generaría expectativas de una real competencia electoral y con ella también un ambiente de posible cambio de partido gobernante. La candidatura de Manuel Clouthier por el Partido Acción Nacional y la lucha por elecciones confiables, eran en aquellos años una de las principales demandas ciudadanas; una clase media urbana y universitaria encabezaría las expresiones de inconformidad hacia los gobiernos del PRI, iniciando una época de incipiente participación ciudadana en el ámbito político. No obstante, las antiguas estructuras del partido en el poder todavía mantenían un importante control e influencia en la mayoría de los sectores mayoritarios que les permitían asegurar el triunfo electoral, además de evidentes prácticas fraudulentas que para aquellos años se irían estableciendo como parte de un régimen político que se negaba abandonar el poder como designio de la democracia electoral.

    Sin embargo, fue a mediados del periodo del gobierno de Francisco Labastida, que por primera vez, la oposición ganaría las elecciones de los municipios más importantes de la entidad, y como consecuencia de ello el surgimiento de negociaciones entre la clase política, conocidas como “concertacesiones”, un término nuevo de la juerga política que se establece en procesos electorales, cuando los resultados que no corresponden a la realidad y voluntad de los electores, candidatos y partidos políticos, pero sí a decisiones concertadas entre las élites políticas para negociar posiciones y resultados, como fue el polémico caso de Culiacán y Mazatlán, en el que se intercambia el triunfo del PRI en el puerto, por el del PAN en la capital.

    Así transcurriría la vida política y electoral también en el país durante el sexenio de Carlos Salinas, entre la “concertacesion” y la “pluralidad negociada” entre el PAN y el PRI durante los próximos 30 años en los gobiernos de Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña. Entre la democracia electoral y sistema de partidos secuestrada y un evidente proceso de envilecimiento de la clase política nacional y local.

    En Sinaloa, la historia nos ha mostrado, si bien no quiere decir que nos haya hecho entender, que la democracia electoral y la pluralidad política en los gobiernos y congresos no garantizan el cambio social más allá de la substitución de personas y siglas de partidos que han gobernado en un mismo sentido de privilegio y usufructo del poder. Desde la década de los 80, en Sinaloa la pluralidad política y electoral ha estado presente en casi todos los ayuntamientos, en 2010 pierde el PRI por vez primera, asume Mario López el Ejecutivo estatal y gobierna con un Congreso local, diputados federales y senadores de oposición, sin que ello signifique cambio alguno en la forma de gobernar o se generen resultados esperados en favor de la población. Quedó claro que la retórica electoral “gatopardista” del cambio se concretó en una realidad social que en el fondo no cambió nada.

    En la actualidad y posterior a la elección de 2018, Sinaloa a más de un año del triunfo inesperado de Morena y del inicio de la Cuarta Transformación, se puede aseverar que la voluntad de esa notable mayoría de ciudadanos que votaron en contra de todo lo que el anterior régimen político representaba, espera paciente y a la vez resignada el anunciado “cambio verdadero”, que su fe se tambalea entre la experiencia de un pasado de engaño y corrupción y la posibilidad de un anhelado cambio a futuro que no logra visualizar en la realidad de su presente.

    Ante este escenario como preámbulo político para la elección de 2021, tal vez tenga razón el historiador y politólogo Lorenzo Meyer cuando en su texto, Todo es historia: el pasado a ojos del presente, afirma: “Esta visión rupturista no sostiene que el pasado no es lo que hace a los mexicanos pesimistas, sino el presente y lo poco atractivo de tener un futuro como una simple prolongación del presente.

    Continuar depositando las esperanzas en función de personalidades y alianzas políticas, nos mantendrá sin remedio en una especie de interminable círculo dialéctico del error. La diferencia podría ser decir el voto en favor de proyectos de cambio realizables y el impulso de un desarrollo social civilizatorio posible para la entidad.

    Hasta aquí mi opinión, los espero en este espacio el próximo martes.