Creíamos que con las campañas de 45 días íbamos a ser un país menos político y grillo, pero ya vimos que muchos candidatos hicieron campaña todo el año y ahora vamos al clímax de ese gran desfile mediático.
La permanente mutación social que vivimos nos pone de frente a diario con los tropiezos de una identidad cívica que no se acaba de definir.
Vienen días duros y complejos para quienes hacen de la política el centro de sus vidas. Y también para los que estamos en torno a ellos.
Hablo lo mismo del tranquilo analista de café, los sudorosos candidatos en campaña y sus familias, o los ciudadanos de a pie que con su voto anónimo pueden erigir o redirigir la oscilante pirámide social.
El proceso electoral para mucha gente - cualquiera que sea su formación y procedencia- es la promesa de una abstracta felicidad.
La oportunidad de ajustar cuentas con un gobierno que no nos deja satisfechos o que a nuestro juicio, traicionó aquellos principios por los que les confiamos nuestro voto.
Los estertores de la política local, nacional y regional hacen que nos cuestionemos más ante ese ente inaprensible que llamamos gobierno.
Otros ven los comicios como la única posibilidad de ascenso o movilidad social. Hay quien solo se conforma con tener “un amigo en la política” para pedirle un favor “cuando se ofrezca”.
El tráfico de influencias y favores siempre ha sido el aceite que lubrica el sistema político mexicano, en palabras de Fidel Velázquez.
Son tiempos para algunos osados jugadores sociales de correr riesgos... Y otros, que viven en una penumbra moral, ven las campañas electorales como vehículo de enriquecimiento para el resto de su vida con un solo golpe mágico.
La política es el arte de tratar de simplificarlo todo y explicarlo en una sola fórmula... Pero eso es imposible para tratar de definir que es lo que pasa -o no pasa- en Sinaloa.
La representación verbal de la realidad nos ayuda a entenderla o forjar un asidero ante lo inexplicable. Uno hace construcciones mentales en base a la sumisión a una realidad. Cada palabra da forma al cerebro.
Los presidentes antes se hacían reconocibles por alguna divisa. Echeverría decía “Arriba y adelante”, José López Portillo afirmaba que “La solución somos todos” e ipso facto se la voltearon diciendo que “la corrupción somos todos”.
Salinas de Gortari buscó siempre la frase oportuna que se quedara en la memoria colectiva. Remataba a sus discursos recalcando la sentencia final como si fuera un tribuno en el foro romano.
Pero al fin de cuentas la que lo definió también define lo que fue el sistema político mexicano: “No se hagan bolas: el candidato es Colosio”.
Es decir, mi dedazo es dedazo y todos se disciplinan.
Creo que este mal es precisamente la reducción de la vida a la política y de la política a la propaganda.
Hoy, no solo es menester razonar el voto: es hora de razonar todo el proceso y aprender a ser tolerantes con quien piense diferente. Eso el principio y el fin de toda sociedad.
Ya pasaron los tiempos en que Fidel Castro golpeaba la mesa y decía “Con la revolución todo, contra la revolución nada”, y se creó una división grande del pueblo cubano y en el resto de América Latina, que veía el socialismo como un camino para salir de las dictaduras hechas con la complicidad yanqui de la Guerra Fría.
Nuestros tiempos son nuestros y no podemos dejar de amedrentarnos con emisarios del pasado, sea cual sea la corriente o línea de pensamiento político que estemos asumiendo.
Pero si la política es un monstruo con mil cabezas, la sociedad tiene más.
Esperemos que hoy, con la marcha nacional, se confirme la capacidad cívica y social de este pueblo para expresar su descontento en el marco de la paz y la legalidad sin violencia.
Y sin provocaciones, sabotajes o montajes, que hoy la verdad está más asequible y ya no estamos en 1968.
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