En “Sin alas vuela” el corazón se abre, se desgarra, se desangra con un tono elegiaco que retumba en el oído y en el corazón del lector, porque impetuosamente y con fuerza, Guadalupe Rojas Garay reclama, cuestiona y despotrica contra la muerte, mientras la vida misma a través del verso la va haciendo apacible, tierna y comprensiva.
Estos poemas me vuelven a recalcar que indiscutiblemente la poesía nace en el corazón del hombre y cuando es así, llega, florece y se instala en el corazón de otro hombre.
“Son tus ojos, hijo, los que brillan cuando miro al cielo”, exclama una voz que se ahoga en el llanto y el corazón huérfano de una madre se quiebra, se estruja y explota en dolor.
En “Sin alas vuela”, Dante, el hijo que ha partido al más allá, resurge en el poema como un ángel etéreo que deja a su paso estelas que trillan los sentidos.
Lupita cuestiona a la vida y enfrenta con valentía a la muerte; pero la vida misma le fue enseñando cómo sacar a la tristeza de lo profundo de su ser y dejarla volar en las palabras, mismas que logran sanar con su maravilloso efecto y de forma hermosa al dolor que desgarra. Dolor que al curarse ya no le duele, si no que se vuelve dulzura cuando el viento acaricia y dibuja el rostro de su amado hijo o cuando lo vuelve a ver en su trascendencia a través de los ojos de sus nietos.
Agónica tiembla, pide ayuda, eleva una plegaria a Dios, pelea con la razón y permite que se derrame el mar por sus mejillas cuando revive lo funestamente sucedido. El tiempo, la memoria y el recuerdo logran que en sus manos y en sus palabras duerma un sinfín de cosas y en sus ojos guarde todos los vuelos del que ya sin alas vuela.
La poesía es para esta autora la medicina del alma, y a partir de este libro, ella ya es otra, se atreve, vive, respira y se define a sí misma como el canto materno de esta historia.