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"Éthos"

"La plaza vacía"

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    Toda plaza (que originalmente significaba calle ancha) fue construida para albergar multitudes, para contener una gran cantidad de personas porque se trata de un espacio urbano público. Por eso, una plaza sin visitantes ni transeúntes no es una paradoja, sino una antítesis; viene a ser como un cuerpo sin alma.

    Juan Carlos Calderón compuso una canción que interpretó el grupo Mocedades titulada El vendedor, la cual comenzaba así: “En la plaza vacía nada vendía el vendedor. Y aunque nadie compraba no se apagaba nunca su voz, no se apagaba nunca su voz”.
    El Papa Francisco también oró e impartió la bendición urbi et orbi en la Plaza de la Basílica de San Pedro -la cual normalmente se encuentra atestada de peregrinos, fieles y turistas-, en una tarde nostálgica, lluviosa y sola.
    La blancura de la vestimenta del Papa contrastaba con la oscuridad vespertina, y su débil y cansada figura invocaba misericordia y esperanza ante la pandemia global. En aquella inédita e histórica tarde Bergoglio no vendía en la plaza vacía, sino que intercedía al estilo de Abrahám cuando negoció con Dios para evitar la destrucción de Sodoma y Gomorra (Gen 18, 16-33).
    La plaza vacía nos recordó, también, algunas escenas de la película de Giuseppe Tornatore, Cinema Paradiso, en la que se nos presenta un extraviado e indigente que grita mientras ahuyenta a los presentes: “La plaza es mía, la plaza es mía”.
    Sin embargo, la escena del Papa aquel viernes 27 por la tarde fue mística e inspiradora. Se refirió dramáticamente a la columnata de Bernini que parecía abrazar el vacío y soledad de la plaza, pero su oración fue profunda, urgente, corresponsable e inspiradora. Pidió a Dios por la humanidad: “que es tuya y mía”.
    ¿Pido misericordia y esperanza ante las plazas vacías?
    rfonseca@noroeste.com
    @rodolfodiazf