¿Quién no recuerda la clásica, nostálgica y romántica película italiana Cinema Paradiso, de 1988, dirigida por Giuseppe Tornatore y ataviada con la arrobadora música de Ennio Morricone?
Un personaje menor en el filme es un loco que recorre la plaza central del pueblo de Giancaldo, donde está ubicada la sala de cine, gritando “La plaza es mía, la plaza es mía. Es medianoche, es medianoche”, mientras comienza a empujar y amenazar a los pocos transeúntes que aún circulan por las calles para que abandonen la plaza.
Haciendo una funesta comparación, podemos decir que desde hace tiempo existen grupos delincuenciales que se están peleando la plaza de Culiacán, y de todo Sinaloa. Hoy nos atemoriza y perturba la violencia que se vive en nuestras calles; sin embargo, debemos reconocer que también somos culpables de permitir que los grupos criminales se disputen la plaza, como si todos fuéramos unas simples y accesorias piezas de ajedrez.
No faltará quién reclame que no le corresponde ni siquiera un ápice de culpabilidad en la disputa delincuencial de la plaza. Empero, ya sea por connivencia, tolerancia, desinterés, disimulo o conveniencia todos hemos permitido esta lamentable situación.
En su novela, La plaza, Luis Spota recreó el fatal ambiente que generó la masacre del 2 de octubre en Tlatelolco, así como la sed de venganza de un padre de familia que perdió a su hija en esa matanza, aunque reconoce que fue incapaz de colaborar para crear el mejor de los mundos posibles:
“Somos los adultos los culpables de la rebeldía que norma, hoy, la conducta de los jóvenes; ¿saben por qué? Porque no les hemos ofrecido la seguridad de un presente sólido, ni la esperanza de un futuro amable”.
Recordemos: la plaza, las calles y Sinaloa son nuestros.
¿Cedemos nuestra plaza?
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