El cadencioso mar con el interminable vaivén de sus olas transmite una experiencia de filosofía vital. Es cierto que en ocasiones se encrespa y parece querer devorar la costa, pero normalmente es apacible y su dulce murmullo elimina las cotidianas preocupaciones y tranquiliza el alma. Incluso, se convierte en un potente catalizador de arrebatos poéticos y sesudas disquisiciones filosóficas.
No insistiremos en este espacio en la cantidad y calidad de alimento que nos provee el mar, porque el objetivo que perseguimos es la enseñanza que nos brinda con su parsimonioso e incesante movimiento. El escritor español Vicente Botín expresó que la observación serena del mar conlleva una gran carga de reflexión: “El mar no es egoísta; exige su tiempo, un tiempo diferente cada día, pero no todo el tiempo. Una travesía larga en el mar induce a la reflexión, a la observación. Desde la lentitud se pueden descubrir los infinitos matices del mar. Sus colores, el tamaño de sus olas, sus sonidos”.
En Mis memorias, autobiografía apócrifa de Emilio Salgari, se resalta la pedagogía del mar: “En la goleta de aquel grotesco coloso había probado las primeras durezas de la vida de mar, pero había recibido muchas enseñanzas útiles... La experiencia comenzaba a enseñarme que es preciso brujulear entre los hombres, como brujulea una nave entre escollos”.
En su libro Filosofía y poesía del mar, Santiago Hernán Bentoso señaló: “Desde el mar interior y desde la profundidad de mi alma, vierto en las próximas líneas el sonido de mis silencios, las palabras de mi corazón y la libertad de mi pensamiento. El mar es la metáfora de una vida llena de poesía, música y fantasías, cerca de la orilla de mi corazón, bordeando la escollera de los sueños”.
¿Reflexiono con la pedagogía del mar?
El cadencioso mar con el interminable vaivén de sus olas transmite una experiencia de filosofía vital. Es cierto que en ocasiones se encrespa y parece querer devorar la costa, pero normalmente es apacible y su dulce murmullo elimina las cotidianas preocupaciones y tranquiliza el alma. Incluso, se convierte en un potente catalizador de arrebatos poéticos y sesudas disquisiciones filosóficas.
No insistiremos en este espacio en la cantidad y calidad de alimento que nos provee el mar, porque el objetivo que perseguimos es la enseñanza que nos brinda con su parsimonioso e incesante movimiento. El escritor español Vicente Botín expresó que la observación serena del mar conlleva una gran carga de reflexión: “El mar no es egoísta; exige su tiempo, un tiempo diferente cada día, pero no todo el tiempo. Una travesía larga en el mar induce a la reflexión, a la observación. Desde la lentitud se pueden descubrir los infinitos matices del mar. Sus colores, el tamaño de sus olas, sus sonidos”.
En Mis memorias, autobiografía apócrifa de Emilio Salgari, se resalta la pedagogía del mar: “En la goleta de aquel grotesco coloso había probado las primeras durezas de la vida de mar, pero había recibido muchas enseñanzas útiles... La experiencia comenzaba a enseñarme que es preciso brujulear entre los hombres, como brujulea una nave entre escollos”.
En su libro Filosofía y poesía del mar, Santiago Hernán Bentoso señaló: “Desde el mar interior y desde la profundidad de mi alma, vierto en las próximas líneas el sonido de mis silencios, las palabras de mi corazón y la libertad de mi pensamiento. El mar es la metáfora de una vida llena de poesía, música y fantasías, cerca de la orilla de mi corazón, bordeando la escollera de los sueños”.
¿Reflexiono con la pedagogía del mar?