Al menos hoy, su significado no aparece en la RAE. Lo que en ésta se define es “Influir”, verbo que se describe como “Dicho de una cosa: producir sobre otra ciertos efectos”; “Dicho de una persona o una cosa: Ejercer predominio o fuerza moral”.
Por deducción, es fácil concluir qué es un influencer: una persona que, desde las redes, a través de las cosas que hace o dice influye a otros, en este caso a sus seguidores.
En sociedades del espectáculo, como la nuestra, las y los influencers han venido cobrando una relevancia notable, porque su papel ha ido mucho más allá del simple entretenimiento. Mariana Rodríguez es, sin duda, el ejemplo más paradigmático de México, quien, a través de videítos frívolos, viralizados en el momento justo, logró que su esposo ganara la gobernatura de Nuevo León. El repunte del Partido Verde en las elecciones también estuvo asociado al mismo fenómeno.
Para bien o para mal, los influencers mueven la aguja en ciertos temas, aunque no sean tan evidentes las controversias éticas de sus “piezas de comunicación” y nuestra responsabilidad moral como espectadores. Me explico.
Esta semana la policía acudió al domicilio de la influencer Yoseline Hoffman, mejor conocida como YosStop, para aprehenderla bajo el cargo de posesión de pornografía infantil. La caja de pandora se abrió cuando YosStop publicó un video que tituló “patética generación”, donde relató algunos detalles sobre una vejación sexual infringida por cuatro menores de edad a una jovencita que la influencer llamó “puta” y demás adjetivos que, no solo la denigraron moralmente, sino que la revictimizaron.
En su verborrea, excedida en todo sentido, declaró que ella poseía el video de la violación, siendo esta última pista la que sirvió para que la demanda en su contra prosperara, y la policía la detuviera vinculándola a proceso. Si el juicio progresa, YosStop será condenada, como mínimo, a diez años de prisión.
Por su parte, los violadores continúan en libertad, como en su momento sucedió en el caso de “los porkis”, una panda de adolescentes adinerados que después de violar a una jovencita, fueron enviados por sus familias al extranjero. De los cuatro, sólo uno está en la cárcel.
Por favor no me malinterprete. Basta con ver algunos de los videos de esta influencer para tener claro que sus dichos desafortunados, la falta de conocimientos y pericia para abordar temas profundos, especialmente uno tan delicado como es una violación, le están haciendo pagar un precio que hoy la víctima considera justo.
Ella, como muchos otros que forman parte de esta patética generación de influencers, tienen una responsabilidad legal y moral que deben asumir, aunque nosotros en nuestro adormecimiento no les hayamos exigido. Ella y sus colegas se han acostumbrado a denigrar, ridiculizar y decir cualquier tipo de sandeces porque ello les acarrea nuevos seguidores sedientos de banalidad y escarnio.
Entre más patán sea el o la influecer, más seguidores tendrá (para que vea que no exagero, entre a YouTube para que se deleite con “El escorpión dorado al volante”, “El Ezequiel” o el “JuanPa Zurita”). Los seguidores aplauden el entretenimiento basura, y los “creadores de contenido” saben cómo generar la chatarra que sus “followers” desean. Este es el reflejo de uno de los muchos males de nuestra sociedad del espectáculo.
Por ello, la responsabilidad no es sólo de quien vive de los réditos de ser un influencer. Quienes consumen sus contenidos celebran y hacen suyas las sandeces que aquellos dicen. Bastó que dos o tres personajes insípidos balbucearan algo parecido a una opinión política, para que quienes no tenían pensado hacerlo, votaran por el Partido Verde. Así de determinante es el efecto que estas personas generan en sus seguidores. Si los consumidores piden basura, los influencers están a la orden para producirla.
Quienes tienen muy clara la capacidad de mover el ánimo y decisiones de los consumidores de este tipo de contenidos son las empresas. Por lo general, los influencers recomiendan productos (o los publicitan abiertamente) para que sus seguidores los consuman. YosStop, por ejemplo, es una experta en el mercadeo de cosméticos. Sus recomendaciones sobre maquillaje o vestimenta no sólo generan tendencias en jovencitas manipulables, sino que representan una generosa fuente de ingresos que sus patrocinadores cubren con gusto. La estrategia es similar a la empleada con deportistas de élite, que promueven toda clase de producto, aunque éstos desconozcan la manera en que dichos artículos fueron producidos, el daño que generan a la salud o al medio ambiente, por mencionar sólo algunos de sus efectos.
En ese sentido, YosStop tiene una responsabilidad legal y moral que asumir. En lo legal deberá reparar el daño reputacional causado a la víctima. En lo moral deberá hacer lo propio. Ofrecer una clara y sentida disculpa que le permita obtener el perdón de la joven victimizada.
La libertad de expresión en la red, aunque no lo parezca, también tiene sus límites, mismos que la ciudadanía debemos hacer valer. Si los influencers abusan en el uso de sus expresiones, es porque nosotros hemos venido permitiendo que éstas vayan cada vez a más. Lo mismo aplica para quienes somos usuarios de redes sociales. El hecho de que seamos dueños de una cuenta de Facebook, Instagram o Twitter, no significa que ahí digamos todo lo que se nos dé la gana, especialmente si nuestras publicaciones afectan o denigran la vida de los demás.
Con todo, llama la atención la velocidad con la que las autoridades actuaron en contra de esta influencer. Lo que hizo no es menor, pero, parece nada, al lado de otros que, como Salgado Macedonio, acusado de violación en varias ocasiones, se pasea como Juan por su casa, sin que la justicia le toque un solo pelo. Lo mismo sucederá con el caso del hermano menor del Presidente, quien fue exhibido en un video recibiendo dólares en efectivo que se emplearían en la campaña presidencial. Si llegara a suceder algo, escenario extremadamente remoto, no será el hermano del Presidente el que asuma la responsabilidad judicial, sino el que difundió el video.
Y por no dejar, van unas cuantas preguntas al margen: ¿Se fincarán responsabilidades judiciales a David León y a Martín López Obrador por lo que se deja ver en el video? ¿Es sólo parte de una campaña negra o debemos entender el hecho como una muestra más de la corrupción que aún sigue carcomiendo las entrañas de nuestro país? ¿Pasará algo distinto a lo que sucedió en el caso de Pío?