Lo dijo el presidente del PAN, Marko Cortés, fue en una conversación privada ilegalmente escuchada y difundida, pero es absolutamente cierto: de las elecciones para gobernador en 2022, el PAN sólo tiene oportunidad de ganar en Aguascalientes. En el resto, Oaxaca, Hidalgo, Durango, Quintana Roo y Tamaulipas, Morena lleva ventaja. En algunos de estos estados una alianza PRI-PAN-PRD podría ser competitiva, pero el PAN no llevaría mano en la candidatura. De hecho, en los dos estados que gobierna el PRI, Hidalgo y Oaxaca, los gobernadores parecen haber ya entregado la plaza al Presidente y en los otros tres que gobierna el PAN los resultados de los gobernadores son muy malos, por lo que existe una clara la tendencia a la alternancia. Si a eso agregamos la campaña que desplegará Morena en torno a la revocación de mandato unos meses antes de la elección pareciera que no hay nada qué hacer.
Hace seis años, cuando hubo elecciones en esos estados (y otros seis que cambiaron calendario electoral), el PRI entonces en el poder se apuntaba para ganar 11 de las 12 elecciones; sólo ganó cinco, para sorpresa de la propia oposición que en aquella contienda ganó tres estados en coalición. Influyó sin duda un Presidente Peña Nieto en plena decadencia, pero la derrota se explica sobre todo por los malos gobiernos que habían hecho los gobernadores priistas.
Que Morena, como lo hizo el PRI hace seis años, anticipe el triunfo es muy arriesgado; que el líder blanquizaul adelante el descalabro, por más realista que sea, es un error político. Pero ese es justamente el PAN que representa Marko Cortés, el de la administración de las derrotas. Esa generación de panistas, la mayoría de ellos de una mediocridad política sobresaliente, hechos en las burocracias de gobiernos de Acción Nacional o del propio partido, han convertido la derrota en un negocio. No hay campaña que no deje un casa, dicen entre bromas y veras, y convertidos en “oposición” venden sus votos en las cámaras y los cabildos sin recato y al mejor postor.
Por su parte, los priistas -particularmente los viejos lobos de la política- se han autoconvencido que Morena no es sino la reencarnación del partidazo que alguna vez fueron. Se sienten a gusto con una Presidencia fuerte y un Gobierno vertical. Lo suyo son las negociaciones, el salto de un puesto a otro (si es Embajada mejor) y la compraventa de clientelas electorales.
¿Qué fue primero, la fuerza del Presidente o la debilidad de una oposición auto derrotada? La pregunta, al igual que la del huevo y la gallina, es retórica, una y otra van cosa van de la mano como parte de un ciclo político ¿Cuándo y quién lo va a romper? Los ciudadanos cuando decidamos castigar en las urnas al partido en el poder, como en su momento sucedió con Fox o López Obrador mismo, como sucede con gobernadores y presidentes municipales un año sí y otro también.