Cuauhtémoc Celaya Corella
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Sin fallar a la cita, la noche más temida en Culiacán, se acerca. La tarde del 17 de octubre de este año, quedó marcada como la tarde más violenta vivida en toda la historia de la capital en tiempo de paz. Sabido es el enfrentamiento que se dio entre integrantes de grupos delictivos y las fuerzas del orden. La nación entera habló los días subsiguientes del “culiacanazo” y el mundo lo supo al ver en vivo escenas propias de una guerra violenta que no merecía la ciudad vivir. Víctimas mortales fueron los ciudadanos civiles que fueron alcanzados por el fuego cruzado, y también, quienes fueron despojados de sus vehículos, para incendiarlos y dificultar la movilización de soldados y policías en la defensa del colectivo social.
Fue la tarde en que la ciudad quedó paralizada. El efecto sorpresa y el miedo provocado detuvieron todo movimiento cotidiano, el cual tardó en tomar su ritmo normal.
Si bien, ese evento quedó atrás, viene en camino la noche más temida por todos. La noche en que se cambia de año, y que la conocemos como de Año Nuevo. Volverá el sonido de las metralletas y las pistolas accionarse al aire, por manos y seres humanos irresponsables, que con una falsa valentía y un desprecio por la tranquilidad social, accionan sus armas sin importarles el miedo que generan, el susto que provocan en los niños, y dejan ver su irracionalidad cuando las manecillas de los relojes marcan los últimos minutos del año y los primeros que inician una nueva vuelta al tiempo de vida de todos.
Miles de casquillos son disparados, y miles de balas hieren el espacio para subir con velocidad vertiginosa y al terminarse la fuerza que las impulsa, caen con la misma velocidad causando daños y en ocasiones generando resultados fatales en personas a quienes provocan la muerte o alguna lesión considerable, amén del susto que provoca severas reacciones de todo tipo. El valiente disparador goza su enfermiza alegría y alguien, en algún lugar, deja de existir o queda con secuela física o psicológica derivado del simple e intrascendente cambio de dígito del año.
De nada sirven los llamados a no disparar en Año Nuevo, por parte del gobierno estatal. Una campaña débil en cuanto a cobertura y alcance social. No se trabaja con esfuerzo constante y decidido para convencer al ciudadano que dispara que ceje en su intención de disparar.
La noche del cambio del año ha sido una noche de plomo. Superará lo realizado la tarde del 17 de octubre. En esta actuaron integrantes del grupo delictivo, en la noche de plomo, el pacífico ciudadano se convierte en otro más que goza el gozo enfermizo de accionar su arma y contribuir al miedo social y se hace cómplice del daño que pudiera provocarse en uno o en muchos culiacanenses, que tuvieron la falla de estar en donde la bala perdida lo encontró.
¿Qué gozo puede haber cuando se sabe de antemano el posible daño que puede provocarse matando a un padre, una madre, o a un hijo, y provocar un duelo que marcará para siempre; y también a una sociedad que no está acostumbrada a la belicosidad, pero tiene que aguantarse porque no hay poder humano que detenga la mano y el dedo que acciona un gatillo, por el sólo hecho de mostrar su estado irracional e irresponsable, cubierto en el anonimato del: “ Muchos lo hacen, ¿por qué no he de hacerlo también?”
Hace tiempo, un primero del año, en una calle de la populosa Colonia Las Quintas, un grupo de jóvenes anónimos, masacraron a seis jóvenes conocidos dejándolos muertos, provocando un dolor que el tiempo no cura en los padres y familias de cada uno de ellos, y un recuerdo lamentable dejaron para siempre en todo el colectivo social. ¿Por qué pues, debería de estar presente cada primero del año, el riesgo de que en cualquier colonia, sin causa aparente, pudiera de nuevo repetirse la triste escena?
Cuando llega la claridad del día siguiente, y la noche ha pasado y las bocas de las armas han dejado de humear y generar el olor a pólvora, la sociedad descansa y sólo se apresta a conocer los posibles daños que pudieran haberse provocado.
Y la autoridad, pasmada al saberse impotente, y rebasada en número de disparadores en las cientos de colonias que conforman la ciudad, declara antes de esa noche, lo que sabe que no podrá cumplir, y al siguiente día declara de nuevo lo que no cumplió, porque no tiene manera de enfrentar la innoble costumbre del culiacanense de mostrarse irreverente ante el respeto que debiera tener para sí, y para los integrantes de la sociedad.
¿Cuándo Inge, perderá Culiacán, la otrora ciudad con su romántica plaza Rosales, su imagen de violenta, si cada vez crece, en mucha de su población, la orfandad de valores, de identidad y de pertenencia, y ante ese vacío lo fatuo, lo cobarde y el desapego por el orden y la vivencia pacífica, llenan ese hueco?