La narcoguerra mató a Danna Sofía
En Sinaloa el crimen apunta a niños
Apenas alistaba Omar García Harfuch, el Secretario de Seguridad y Protección Ciudadana del gobierno de Claudia Sheinbaum, el comunicado para dar a conocer la detención de los posibles asesinos de los niños Alexander y Gael, y el papá de éstos, cuando la narcoguerra en Sinaloa cobró otra víctima infantil, la de Danna Sofía, remarcando la delincuencia organizada esa pisada bestial que al aplastar a la infancia también arrasa con todos y todo. A esto, abrazando a nuestros pequeños como única manera que tenemos para protegerlos del crimen cruel, no se le puede llamar vida.
El salvajismo, imposible nombrarlo de otra manera, volvió a hacer de las suyas con la inmolación de la niña, retando la capacidad y voluntad ciudadana al tratarse de salir a defender lo más sagrado de las familias. Danna Sofía no puede ser nomás el número que se le asigna a la nueva carpeta de investigación; es el resorte que nos empuja a emerger con el suficiente valor cívico en la salvaguarda de los retoños.
Veámonos en la escena, cuadro a cuadro, en la cual el prójimo ve que las balas alcanzan a una de sus criaturas; luego la vertiginosa carrera por salvarle la vida hasta llevarla a un centro médico; la dolorosa noticia del fallecimiento; la doble tragedia que es la impunidad. Y las balas de la impotencia y el coraje que se quedan alojadas por siempre en el alma de los deudos.
Ningún sinaloense podría conciliar el sueño conociendo que el hampa echó al basurero de lo inclemente aquella vieja cláusula no escrita que establecía verificar que los niños quedaran a salvo de la belicosidad del narcotráfico. La estipulación que también exoneraba a mujeres y ancianos de las acometidas de los sicarios quedó igual de occisa que los más de mil asesinados en la también denominada narcopandemia de Sinaloa.
Tan letra muerta es el dogma facineroso de “¡a los niños no!” que la barbarie ni siquiera abre resquicios para el bálsamo de la justicia. Si no hubiera ocurrido el asesinato de la niña de 12 años de edad la tarde del 24 de marzo en el Bulevar de los Agricultores del oriente de Culiacán, otra cosa sería el hecho de que García Harfuch saliera a informar a las 17:00 horas con 27 minutos del mismo días sobre el éxito de las indagatorias para ubicar, detener y poner a disposición de un Juez a dos de los criminales señalados de vaciar sus armas de alto poder el 19 de enero de 2025 contra el vehículo en que viajaba una familia, muriendo dos niños y el padre de ellos.
Por más que la investigación resalte las aptitudes y disposiciones con que cuentan en lo referente a someter a los criminales la SSyPC federal, la Fiscalía General de la Nación, y los operativos que realizan en Sinaloa el Ejército, Marina, Guardia Nacional y Policía Estatal Preventiva, el éxito de las pesquisas para hacerle justicia a los niños y al padre inmolados en enero en el sector Los Ángeles palidece por el crimen del lunes en el bulevar de los Agricultores.
Ahora la lastimada esperanza colectiva pondrá en pausa la confianza en las instituciones de seguridad y de procuración e impartición de justicia, hasta que sean detenidos y enjuiciados los asesinos de Danna Sofía y de alrededor de 30 menores más agredidos durante el choque frontal entre los hijos de Ismael Zambada García y los de Joaquín Guzmán Loera, los jefes históricos del Cártel de Sinaloa.
Debe suceder el escarmiento legal a quien ose quitarles la vida a nuestros chiquillos. Sinaloa no puede aspirar a la construcción de la paz positiva y duradera si lleva clavada en el corazón la daga de este modo de impiedad criminal. El mismo buen resultado que reporta el zar de la seguridad pública federal para el caso de Alexander y Gael debe ser la constante en cuanta acometida violenta haya contra los niños. Sin justicia no hay niñez segura ni tampoco familias en situación de tranquilidad.
Y cualquier balance que en tiempo presente o futuro se haga de la brutalidad con que se enfrentan las dos células antes coordinadas en el Cártel de Sinaloa, deberá empezar con el trágico sacrificio de niñas y niños a los que el Gobierno en sus tres niveles nos les da protección y que como sinaloenses no supimos cuidar. ¿Qué Sinaloa es éste donde los cenotafios de seres inocentes, inmaculados, evidencian a los arsenales del narco apuntando hacia la población infantil?
Perdónenos Alexander, Gael y Danna Paola y demás niños inmolados. No supimos tenerlos ilesos en esta zona de guerra que es Sinaloa.
Cómo entender tanta maldad,
A no ser del diablo los guiños,
De legiones de bestialidad,
Que encañonan a los niños.
Primero los compañeros de Alexander y Gael en la escuelas primarias Sócrates y Jesusita Neda, y ahora los condiscípulos de Dana Paola en la secundaria Pablo de Villavicencio, han visto pasar de cerca la desgracia de niños que al estar en la hora y lugar equivocados fueron alcanzados por la maldita violencia que despedaza los sueños y certidumbres, no solamente de las víctimas sino de comunidades escolares enteras alcanzadas por el miedo, la impotencia y el coraje cuando la sensación de desprotección se posa inclusive encima de los afanes por el conocimiento y la inteligencia. Y nadie aparece a impartir la asignatura que los saque del trauma propio de las balas asediando a los planteles, rozando la piel de los alumnos.