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La modernidad y posmodernidad proscribieron y desacralizaron el silencio, sin subrayar que es el manantial donde se gesta la palabra.
El silencio y la palabra no son elementos contrarios y mucho menos contradictorios. Sin la unión y concurso de ambos no existirían el lenguaje, el diálogo y la fecunda conversación. El silencio no es un vacío que necesite ser llenado, sino el núcleo primigenio en donde se fabrica la palabra.
En ocasiones oponemos el silencio al ruido, pero puede existir también mucho ruido en el silencio. Hay silencios embarazosos, crueles y despiadados; silencios que no construyen, sino que despersonalizan y destruyen. Pero, también hay silencios sagrados, silencios que redimen, purifican y elevan el alma; silencios plenos y gratificantes que nutren a la persona y le permiten cristalizar su identidad.
El silencio no es mudo, tiene su propia voz. Podríamos, incluso, decir que grita más que mil palabras. “El sonido más fuerte es el silencio”, dijo Lao Tsé. Y el poeta Paul Valéry lo expresó de manera sutil: “Escucha ese fino ruido que es continuo y que es el silencio. Escucha lo que se oye cuando nada se hace oír”.
El sábado se cumplieron 78 años de que John Cage compuso una obra musical que tituló 4’33’’ (4 minutos 33 segundos, que es lo que dura la composición) en la que demostró que el silencio absoluto no existe. Previamente, se encerró en una habitación a prueba de ruidos, pero no percibió silencio completo porque escuchó su sonido nervioso y la sangre circulando por sus venas.
Para interpretar su obra, el músico cronometra los tres movimientos sin emitir ningún sonido en su instrumento, lo que permite percibir los ruidos del público en la sala. Sí, también hay música en el silencio.
¿Disfruto la música del silencio?