César Martínez Bourguet nació en una familia de músicos y desde pequeño sintió la atracción y embrujo del enjambre de los sonidos y silencios, aunque alguna vez pensó estudiar arquitectura. Sintió que la música le proporcionaba los necesarios espacios de profundidad e intimidad para recrear y reconfortar su espíritu. Decía que la música le fascinaba porque cuando se entremezclaban las diversas melodías formaban una textura de maravillosa polifonía. Por eso, señaló: “La música es un consuelo, entonces puede llegar al espíritu de todas las personas que la escuchen”.
Originario de Oaxaca; su padre era violonchelista y daba clases de música por las tardes en el patio de su casa. Comenzó tocando el violín, pero decidió cambiar al piano y, finalmente, su papá lo inclinó hacia el cello y le fascinó por las vibraciones graves y medias que le transmitía.
Estudió en el extranjero durante 11 años, obteniendo licenciatura y maestría. Fue galardonado en la Schlern International Music Competition, así como en la Khachaturian Internacional Cello Competition y la Moores Concerto Competition.
Invitado para tocar con la OSSLA, participó como solista en dos conciertos en marzo de este año interpretando magistralmente el Concierto para Violonchelo de Antonín Dvorak. La ovación fue grandiosa y agradeció al público asistente con el preludio de la Suite No. 6, de Bach.
Era un joven sano, entusiasta y prometedor. Empero, como escribió Edmundo Valadés: “La muerte tiene permiso”; y, sorpresivamente, falleció en un accidente cortándose de tajo su brillante carrera.
En uno de los últimos mensajes que intercambiamos le escribí: “Cuando toques El cisne me lo dedicas”. Lógicamente, me refería al más conocido de los 14 movimientos del Carnaval de los Animales, de Saint-Säens; sin embargo, nunca esperé la versión de ballet de la muerte del cisne.
¿Preparo mi despedida?