Editorial
La memoria de los políticos no existe o por lo menos existe solo cuando les conviene, basta ver cómo se encontraron el Presidente Andrés Manuel López Obrador y el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en una visita donde destacó la desmemoria, el olvido.
La visita oficial de López Obrador implicaba numerosos riesgos, tantos, que algunos especialistas aconsejaban públicamente al tabasqueño cancelarla, imitando al Primer Ministro de Canadá, quien canceló de última hora.
Trump es famoso por sus desvaríos, sus descortesías y sus salidas de tono, y López Obrador habló tan mal y tanto tiempo del Presidente de Estados Unidos que se temía que la reunión terminara mal.
Es más, López Obrador se dio el lujo de escribir un libro en contra de Trump, que para colmo de males se llama: “Oye, Trump”. Un recetario de críticas y descalificaciones con tanta saña que podrían alimentar cualquier reclamo.
Sin embargo, por esta ocasión, Trump era el interesado en la reunión. Con la reelección en la mira necesita de todo el apoyo posible, y los votos de los mexicanos en EU también cuentan, así que recibió a AMLO como a un viejo amigo.
Es más, se dio el lujo de compararse con Abraham Lincoln y a López Obrador lo elevó a la altura de Benito Juárez, y como los dos fueron amigos en su tiempo, ahora ellos repiten la añeja amistad de dos presidentes vecinos.
Pero no podemos dejar pasar que la reunión en la oficina oval de la Casa Blanca estuvo llena de “elefantes en la recámara”, no se habló del muro, ni de las políticas de migración de EU, de la pandemia, de la violencia, del tráfico de armas y de las drogas.
De lo que sí se habló fue que los dos fueron elegidos para regresar el poder al pueblo, nada más faltó que se agarraran de las manos y pasearan por los jardines de la Casa Blanca, afortunadamente la pandemia nos ahorró esa imagen.