La maravilla de Cosalá y su gente

ENTRE COLUMNAS
06/03/2023 04:02
    Lo mejor de Cosalá no es su belleza escénica, sino su gente. Todas y todos invariablemente se esmeran en hacerle a uno la estancia lo más amena posible. Le invitan a pasar a sus casas, y sin conocerlo, le van a ofrecer algo de comer. Los cosaltecos son amables, alegres y sencillos. Le cuentan a uno de todas las bellezas que tienen, como quien quiere compartir su fortuna con los que más quiere

    Durante tres días de la semana pasada estuve en este hermoso municipio, ubicado allá, en lo alto de la Sierra Madre Occidental. Su cabecera municipal, Cosalá, fue incorporado al Programa de Pueblos Mágicos, de la Secretaría de Turismo federal, desde el año 2005.

    Sus calles empedradas, casitas pintadas con colores vivos, y sus antiguos edificios, te transportan hasta el Siglo 16. El nombre del pueblo tiene su origen prehispánico, Quetzalla o Cozatl, que se puede traducir como “lugar de bellos alrededores”.

    Además de su encantador, y para muchos, misterioso nombre, el pequeño pueblo efectivamente está rodeado de maravillas naturales y hermosas tradiciones culturales.

    Un arco decorado por coloridas flores a la entrada del pueblo le da a uno la bienvenida. En la plaza principal se puede admirar un antiguo templo católico con fachada de estilo barroco, de gran sobriedad, donde sobresalen la puerta de acceso de medio punto y un reloj moderno. Se trata de la Parroquia de Santa Úrsula. Su torre resalta de manera especial con sus tres cuerpos y su remate en forma de cúpula. En su interior, se observa una decoración apenas engalanada por un tabernáculo de plata que fuera donado por los antiguos mineros del lugar.

    A un costado de la parroquia luce un busto de un personaje muy admirado por los sinaloenses, se trata de Luis Perez Meza, cantante, compositor y actor, orgullo de los cosaltecos.

    Las calles del pueblo son adoquinadas, son angostas pero intrincadas, impuestas por las características orográficas: unas suben y otras bajan, según hacia dónde se dirijan los caminantes.

    La arquitectura que predomina, aún a pesar de construcciones de nuevo tipo, es interesante: la mayoría de las casas del pueblo están construidas al modo antiguo, es decir con techos altos, grandes puertas y ventanas verticales, con protecciones de hierro forjado; sus pisos son de losetas de barro cocido, las que al ser mojadas conservan la frescura de las mañanas.

    Al caminar por sus banquetas, invariablemente uno voltea al interior de las casas para apreciar esos patios interiores y gruesos muros de adobe que representan una solución práctica al problema del clima.

    Estas casas, lucen, al frente, pequeños jardines o, en su defecto, números tiestos con flores multicolores. Por otro lado -en los patios traseros- algunas de las casas tienen pequeños talleres artesanales donde producen la tradicional conserva de papaya, coricos, pan y empanadas; en otras se fabrican quesos y otros derivados de la leche, que se reparten en tendajones.

    Cuando uno se sienta en la plaza a ver pasar a la gente, se pueden apreciar jóvenes con el uniforme de la UAS, que van o vienen de la Prepa Heraclio Bernal. También se distinguen visitantes de ciudades medias y grandes, que llegan buscando disfrutar del pueblo.

    Pero lo mejor de Cosalá no es su belleza escénica, sino su gente. Todas y todos invariablemente se esmeran en hacerle a uno la estancia lo más amena posible. Le invitan a pasar a sus casas, y sin conocerlo, le van a ofrecer algo de comer.

    Los cosaltecos son amables, alegres y sencillos. Le cuentan a uno de todas las bellezas que tienen, como quien quiere compartir su fortuna con los que más quiere.

    Pues bien, para los amantes de visitar pueblos, de disfrutar tortillas hechas a mano; para quien gusta de carnes asadas en hornillas de leña, o saborear los riquísimos dulces salientes de pequeños talleres familiares, ahí lo esperan, siempre con una sonrisa, los amables cosaltecos.

    Es cuanto....

    Posdata

    Inspirado en el título del libro de mi amigo Matthew Hayes, mi colaboración del pasado lunes 27 de febrero, la titulé “Gringolandia”. En su libro, Matthew describe una comunidad estadounidense establecida en Cuenca, Ecuador, fenómeno muy parecido a lo que ocurre en Mazatlán. Al acuñar este término (Gringo) no lo hice en un sentido despectivo, -como podrá leerse en el texto- sino como un gentilicio ampliamente popularizado incluso por los mismos estadounidenses. Pero si con este título ofendí a uno, o más miembros de esta comunidad, les ofrezco mis más sinceras disculpas.