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@rodolfodiazf
Dice una canción: “aunque la jaula sea de oro no deja de ser prisión”. Los reclusos que purgan condena en una penitenciaría comprenden muy bien esta sentencia, pero actualmente, a causa de la pandemia del coronavirus, puede ser que muchos experimentemos esta salobre sensación.
En efecto, algunos se sienten agobiados y deprimidos por el encierro doméstico. El llamado de “quédate en casa” se sobrelleva unos días, pero cuando se prolonga se vuelve un peso difícil de soportar, sobre todo si no se ha practicado nunca la meditación, la lectura y la terapia de una habitada soledad.
No obstante, existe otro universo de personas a quien resulta fatigosa la reclusión generada por su avanzada edad y los específicos cuidados que requiere. Los adultos mayores que viven en un asilo o casa de asistencia son, en ocasiones, relegados por la familia por considerarlos una carga. Se debe admitir, no obstante, que muchas veces los familiares deben optar por esta modalidad por las atenciones especializadas que se necesitan.
Un italiano, adulto mayor de 85 años, que se encontraba internado en una Residencia Sanitaria Asistencial dejó una carta del adiós en la que recogió palabras dulces para sus hijos y nietos, pero también de rabia ante la indiferencia con que el personal le trató, como si fuera un número:
“Desde este lecho sin corazón les escribo queridos hijos y nietos... Aquí parece que no falta nada, pero no es así... falta lo más importante, sus caricias y el escuchar muchas veces al día: “¿cómo estás abuelo?” En estos meses me ha faltado el olor de casa, el perfume de ustedes, sus sonrisas, contarles mis historias y hasta las discusiones. Eso es vivir y estar en familia, con las personas que se ama y sentirse amado”.
¿Me siento enjaulado?