El libro forma parte de nuestra vida; gracias a él somos y nos hacemos. Es historia, imaginación, poesía, cuento, ficción, viajes e invención. La humanidad no se explica sin la existencia del libro, que brinda alas al pensamiento, a la vez que se convierte en testigo y patrimonio cultural. Sea cual fuere su configuración y materia, el libro explica el presente y el incesante devenir, al mismo tiempo que prepara y prefigura el porvenir.
Desde 1988, la UNESCO instituyó el 23 de abril como Día Mundial del Libro y del derecho de Autor, por ser una fecha emblemática en que se conmemora el fallecimiento de Miguel de Cervantes, Garcilaso de la Vega y William Shakespeare. La importancia fundamental del libro fue resumida por el poeta nicaragüense Rubén Darío, cuando señaló: “El libro es fuerza, es valor, es poder, es alimento; antorcha del pensamiento y manantial del amor”.
La filóloga española, Irene Vallejo, escribió un excelente libro -que me recomendó la dilecta amiga Margarita Vélez- titulado El infinito en un junco, donde narró de manera pedagógica y atractiva el nacimiento y transformación de los libros, abordando la historia desde su cuna y toda su evolución y mutaciones, además de realizar un fascinante viaje aderezado con el brillante colorido de personajes y culturas.
“Leer es siempre un traslado, un viaje, un irse para encontrarse. Leer, aun siendo un acto comúnmente sedentario, nos vuelve a nuestra condición de nómadas”, reza uno de los epígrafes al inicio del libro, y que está tomado del libro Leer contra la nada, de Antonio Basanta.
El recorrido comienza en Grecia con Gílide, La alcahueta, antecedente de La Celestina, y termina con unas bibliotecarias ecuestres. Dice Vallejo: “Esta es la historia de una novela coral aún por escribir”.
¿Navego en esta infinitud?