La Glorieta de las Mujeres que Luchan: defender el derecho y exigir justicia
La Glorieta de las Mujeres que Luchan representa a las mujeres que denuncian violencias y buscan justicia en sus diferentes espacios. Los logros que hemos tenido las mujeres deberían ser suficientes para garantizar que nuestra antimonumenta se quede, nadie nos la regaló.
La quisieron quitar porque incomoda al patriarcado, y entonces denunciamos el despojo de lo propio, porque la ciudad y la historia oficial nos deben mucho. Cada espacio de la Glorieta es una denuncia, una exigencia de justicia, no solo de mujeres, sino de familias enteras que llegan buscando ser escuchadas después de que el gobierno y la cultura feminicida busca acallarlos.
Las mujeres exigimos justicia y seguridad en las calles de todo el país, pero las autoridades buscan silenciar nuestra historia y acomodarnos donde no nos veamos mientras que las mujeres en lucha queremos que en la capital de la República se mantenga la antimonumenta que grita “En México se violan y matan mujeres”.
El Estado quiso jugar con la culpa al acusarnos a las mujeres de clasistas por no dejarnos imponer a la Joven de Amajac, (1) siendo la representación de una gobernante indígena; nuevamente el sistema patriarcal colonialista honrando al pasado y desdeñando a las mujeres indígenas del presente. Culpar a las mujeres en sus luchas ha sido la estrategia histórica, culturalmente se nos ha implantado la culpa para hacer más difícil nuestra carga, para que nuestras alas no alcen el vuelo por miedo a ser señaladas y revictimizadas para hacernos sentir no merecedoras... impostoras.
Desde el Estado se buscó confrontar al Frente Amplio de Mujeres que Luchan (2) con grupos de mujeres indígenas, como si fuéramos contrarias; buscar que las mujeres ataquemos las luchas de otras es una herramienta a la que recurre el sistema porque las redes de mujeres en su diversidad son tan inconvenientes como tener una antimonumenta denunciando la violencia contra las mujeres en Paseo de la Reforma a los ojos de las y los turistas.
La palabra nunca ha sido dada a las mujeres, la tuvimos que arrebatar, hemos tenido que luchar para que se reconozcan nuestros derechos humanos. Bíblicamente se nos había condenado al silencio, donde las participaciones de las mujeres eran vistas como la lengua bífida de la serpiente que llevó a Adán a pecar. Entonces las voces de las mujeres fueron vistas como un peligro para el sistema.
Hoy, cuando las mujeres denunciamos algún tipo de violencia y en particular violencia sexual, se duda de nosotras por el hecho de ser mujeres. El falso discurso del empoderamiento femenino basado en individualismo lleva a cuestionar por qué las mujeres no se atreven a denunciar, por qué no quieren salir de sus círculos de violencia, por qué denuncian “hasta ahora”. Esa idea colonialista de empoderamiento femenino refuerza la culpa al no entender los procesos de violencias como mecanismos de control sistémica en las instituciones- familiares, de trabajo, escolares, estatales, de salud, comunitarias, etc., sino verlo como un problema personal que se resuelve “echándole ganas”.
El éxito del sistema es reproducirse, pero también enmascarar; desde la igualdad formal podemos decir que tenemos jurisprudencia e instituciones de justicia que respaldan a las mujeres, que las mujeres que quieran denunciar tienen servido el banquete de la justicia con normativas e instituciones especializadas. Pero ¿cómo denunciar un delito cuando se vive inmersa en violencias normalizadas? ¿Cómo denunciar si los aparatos del Estado se victimizan y revictimizan cuando buscas protección y justicia? ¿Cómo denunciar sin miedo cuando la impunidad es un lábaro patrio?
Las mujeres luchamos por nuestros derechos y exigimos al Estado prevenir, atender y eliminar la violencia, ser nombradas, escuchadas y acceder a la justicia y a las medidas de reparación. Nuestras exigencias siguen siendo reprobadas; “no son las formas”, nos dicen cuando las paredes y los monumentos se tiñen de exigencia feminista; nos dicen también que el Movimiento #MeToo y los “Tendederos” son formas cobardes de difamar, que si fuera cierto deberíamos hacer una denuncia formal.
Sin embargo, la normalización de la violencia nos ha enseñado que a pesar de sufrir agresiones físicas o sexuales, no denunciamos argumentando que se trató de algo sin importancia, y además el contexto adverso para los derechos de las mujeres y la institucionalización de la violencia tienen como resultado que el 22 por ciento de las mujeres que han sufrido violencia familiar, laboral o de pareja, según la ENDIREH 3 no denuncian por miedo a las represalias.
Las ciudades son metáforas de cemento y acero en donde los pedestales son para quienes la historia oficial considera héroes o para esculturas mitológicas con formas femeninas estereotipadas y hechas por hombres.
Desde niñas el sistema nos enseña que ni la ciudad ni la casa nos pertenece, y nos obliga a justificar las violencias y a vivirlas desde la noción del perdón y el sacrificio en favor de los otros (la familia, lucha social, el prestigio del centro de trabajo, etc).
Cuando las mujeres denunciamos existe un estigma, además de la carga emocional que conllevan los procesos jurídicos y administrativos; las mujeres que denuncian tienen que demostrar que son víctimas y exponerse a los juicios por no ser “la víctima perfecta”. Desde el Ministerio Público, el sacerdote, el padre, la madre o las personas de trabajo encontramos argumentos para que las mujeres vivamos las violencias en silencio y que actuemos con “prudencia” Si lo denuncias, ¿qué va a pasar con su familia? ¡Imagínate que el padre de tus hijos vaya a la cárcel por tu culpa y por tu egoísmo! ¡Piensa en lo que va sufrir su mamá o sus hijos si queda sin trabajo por haberte acosado! ¡Serás la responsable de mucho dolor, hay que saber perdonar! ¡Son profundamente clasistas y racistas quienes se oponen a la escultura de la joven de Amajac en la exGlorieta de Colón!
Denunciar nunca es cómodo, pero es necesario. La Glorieta de las Mujeres que Luchan se queda porque es un espacio de justicia construido por y para las mujeres. No hablamos de la denuncia en términos punitivistas, sino en términos de protección, de responsabilidad estatal y reparación, no son suficientes tipo penales o sentencias de décadas si no hay una estrategia nacional con una visión feminista de seguridad y justicia.
La cultura de la denuncia en México va más allá de ir ante las fiscalías para el acceso a la justicia. Se trata de hacernos saber a las mujeres que somos sujetas de derecho, que las violencias en nuestra contra no son “naturales”, que hablar y exigir justicia es nuestro derecho y no una dádiva del Estado.
Las luchas de las mujeres en nuestra diversidad las hemos construido sin buscar que figuras de piedra nos representen, sino que nuestras ciudades sean cunas y no tumbas. Defender la Glorieta y la vida libre de violencia no es una estrategia contra el gobierno o contra la ex jefa de gobierno, es una lucha por la verdad y para recordarle al país y al mundo entero que en el México feminicida las mujeres alzamos el puño y nos tomamos de la mano mientras trabajamos para construir el país que nos merecemos, donde vivir dignamente no sea un privilegio.
1 CIMAC NOTICIAS, Sheinbaum llama «racistas» a mujeres que defienden La Glorieta de las Mujeres que Luchan.
2 CMDPDH (2023), Caso Frente Amplio de las Mujeres que luchan.
3 Instituto Nacional de Estadística y Geografía (2022).