A medida que pasan los años la nostalgia se extiende en el mapa de nuestra vida. Fuimos grumetes enrolados en un barco que inició fatigoso viaje con la promesa y premisa de anclar en la eternidad.
El grumete devino marinero hasta convertirse en almirante de su embarcación. El proceso iniciático incluyó experiencias alegres y dolorosas, pues ambas estructuran la pleamar del archipiélago de la existencia.
En este singular viaje, como dijo el escritor ecuatoriano Jorge Carrera Andrade en el poema “Viaje de regreso”, su vida fue una geografía que repasó una y otra vez, en donde encontró islas como semillas y bahías cual rebanadas de cristal, y se pregunta si no fueron puertos sino años los lugares en que ancló. Lo que sí le queda claro es que tuvo tres escalas en su viaje: “soñar, despertar y morir”.
Mientras llega el momento de avistar -como Moisés o Rodrigo de Triana- la tierra prometida, la febril nostalgia enciende cada vez más la hoguera de los recuerdos, los cuales se antojan diamantes aunque hayan sido humildes guijarros.
Es común que se piense que todo tiempo pasado fue mejor y se tenga en menos la época actual y las nuevas generaciones, como expresó Gabriel en el relato Los muertos, con el que cerró James Joyce su obra Dublineses:
“Pero vivimos en tiempos escépticos y, si se me permite la frase, en una era acuciada por las ideas; y a veces me temo que esta nueva generación, educada o hipereducada como es, carecerá de aquellas cualidades de humanidad, de hospitalidad, de generoso humor que pertenece a otros tiempos”.
Sin embargo, recapacitando, exclamó: “no me demoraré en el pasado. No permitiré que ninguna reflexión moralizante se entrometa entre nos esta noche”.
¿Me asalta la nostalgia? ¿Me refugio en el pasado?
rfonseca@noroeste.com
@rodolfodiazf