La esperanza...

    Las voces de alerta surgidas en el viejo continente y en el solar de nuestros vecinos del norte, respecto a la alta capacidad infecciosa que tiene la variante Ómicron del coronavirus, en nuestro País han sido tomadas con la proverbial ligereza mexicana, de tal forma, que las fiestas en torno a la Navidad, en la mayoría de los casos, se dieron como si los contagios fueran cosa del pasado.

    Las voces de alerta surgidas en el viejo continente y en el solar de nuestros vecinos del norte, respecto a la alta capacidad infecciosa que tiene la variante Ómicron del coronavirus, en nuestro País han sido tomadas con la proverbial ligereza mexicana, de tal forma, que las fiestas en torno a la Navidad, en la mayoría de los casos, se dieron como si los contagios fueran cosa del pasado.

    Por supuesto, en el aliento de la dejadez social respecto a la pandemia, ha sido factor influyente el propio gobierno, en sus tres niveles, organizando y autorizando eventos masivos que representan un pasto propicio para que se encienda la pradera con un eventual alud de gente infectada. La fiesta popular en El Zócalo a cargo del Ejecutivo federal para celebrar su Tercer Informe de Gobierno, la velada pública de fin de año promovida por el Alcalde mazatleco, así como su complacencia para que arribara al puerto un crucero con gente infectada y otros tantos eventos, que son un arrojado reto al destino y un contundente desaire al pedido del presidente de la Organización Mundial de Salud, en el sentido de que más vale fiesta cancelada que jacarandosa rumba hacia la tumba.

    Y por supuesto, el llamado de la OMS a no celebrar el cierre de año, el segundo para el olvido, y la bienvenida al nuevo calendario, se perderá en el vacío infinito y sin preocupación mayoritaria, se le dará puerta libre al bailongo al ritmo de la cumbia acelerada de Casimiro Zamudio y su Banda El Mexicano.

    Esperemos que nuestra permisividad no haga quedar mal las predicciones de los expertos en virología, en el sentido de que el 2022 podría ser el año de la declinación de la pandemia, tema que está entre los buenos deseos de todos.

    En lo personal, durante el año que llega, también me gustaría ver acciones presidenciales que encaminen el rumbo del País hacia una reconciliación social, la cual urge, si es que realmente se aspira a lograr un clima de bienestar para todos, un objetivo que también está fuera del radar de los opositores del Presidente, los cuales enfocan sus baterías en arrebatar el poder político del País, el mismo que en su momento, ni por asomo, lo utilizaron para conseguir la mejora de la situación de los desprotegidos.

    La actual lucha por el poder me lleva a recordar que en el año 1822, cuando México empezaba a dar sus primeros pasos como nación independiente, los liberales y conservadores se peleaban ferozmente, palmo a palmo, el control gubernamental, lo que provocó nuevos enfrentamientos entre mexicanos, división que por cierto, aprovecharon otras naciones, como Francia y la unión americana del norte, para sacar la mejor raja del conflicto interno que vivía la nación. Desde entonces, y con un tramo de distancia de 200 años, las fuerzas políticas continúan moviéndose en función de sus intereses grupales y no de lo que le importa a los gobernados.

    Un siglo después de los primeros pininos posteriores a la conclusión del movimiento de Independencia, y justo otro tanto igual, de los tiempos actuales, encontramos al México de 1922, sacudiéndose la pólvora y la sangre que dejó la Revolución Mexicana, sin lograr que los líderes actuantes en la disputa se pusieran de acuerdo para darle forma y fondo a la nación que poco más de 100 años antes, logró su independencia.

    Y en el 2022, del todavía naciente siglo, los diversos sectores de la clase política continúan jugando vencidas sobre el lomo de los gobernados, importándoles un pito, salvo para el discurso, los temas de salud, educación, paz social y oportunidades de superación.

    Los dos siglos que ya median entre 1822 y el tiempo actual no han sido suficientes para parir a una clase política honesta, respetuosa de la democracia, consciente de su enorme responsabilidad ante la ciudadanía, entendiendo que el fin último de la política es servir a la sociedad y no el detentar el poder por el poder.

    La esperanza muere al último, dice la sabiduría popular; venga pues la ilusión de que el nuevo año marque el fin de la pandemia y que, en el terreno político, empecemos a ver el renacimiento de una nueva generación de políticos ¡Feliz año nuevo!