|
"Éthos"

"La edad de la mediocridad"

""

    rfonseca@noroeste.com
    @rodolfodiazf

     

    En estos tiempos de grandes cambios, de transformaciones repentinas y situaciones inéditas urge despertar el espíritu innovador. El éxito – o al menos la sobrevivencia- no se consigue tirando el anzuelo cerca de la orilla, sino lanzándolo en aguas profundas, aunque esta operación implique mayor esfuerzo, empeño y dedicación.

    En efecto, el éxito no se consigue con un bajo promedio o rendimiento. La cumbre de la montaña no la alcanza un alpinista mediocre, sino alguien con espíritu aventurero que se prepara y pone su mira en las metas más elevadas. El hombre que pudiendo dar más se contenta con ofrecer la mitad de su esfuerzo, terminará inevitablemente en la fosa de los mediocres.

    Muchos empresarios consideran que las personas mayores son demasiado conservadoras y no cuentan con el arrojo para innovarse y afrontar grandes riesgos, como acentuó hace más de 100 años José Ingenieros en su libro El hombre mediocre:

    “Las canas visibles corresponden a otras más graves que no vemos: el cerebro y el corazón, todo el espíritu y toda la ternura, encanecen al mismo tiempo que la cabellera. El alma de fuego bajo la ceniza de los años es una metáfora literaria, desgraciadamente incierta. La ceniza ahoga la llama y protege a la brasa. El ingenio es la llama; la brasa es la mediocridad”.

    Sin embargo, no siempre es así, abundan los ejemplos de líderes, artistas, escritores, inventores y hombres de negocios que descollaron en edad madura: León Tolstói aprendió a andar en bicicleta cuando tenía 67 años. Frank McCourt, de quien hablamos hace poco por su libro El profesor, fue también reconocido por otra obra suya, Las cenizas de Ángela, con la que obtuvo el Premio Pulitzer a los 66 años. La mediocridad no es cuestión de edad.

    ¿Soy alguien mediocre?