Si de justificarse la política de drogas prohibicionista se trata, nunca es tan contundente como cuando son detenidas las personas que han sido etiquetadas como capos. Es el momento simbólico que parece darle sentido a todo, excepto porque, si de evidencia se trata, son eventos que a lo único que realmente le dan sentido es a su propia reproducción.
Ayer por la tarde el número de medios de comunicación que buscaron nuestra opinión, luego de informarse la detención de Ismael “El Mayo” Zambada y Joaquín Guzmán López, rebasó por mucho el interés que provocan en general los temas asociados a la seguridad ciudadana.
Mi contacto directo por más de tres décadas con personas en funciones policiales y de procuración de justicia en México y en otros países me ha enseñado la enorme relevancia de los rituales simbólicos que anclan la persecución de “los malos”. Pero una mirada más cuidadosa enseña la brutal contradicción: esas personas que arriesgan la vida misma persiguiendo a “los malos”, en corto confiesan la inutilidad de hacerlo, si de reducir el mercado de drogas ilegales se trata.
Literalmente me lo han dicho así de frontera a frontera, desde Tijuana hasta Tapachula (el más doloroso de estos relatos me lo entregaron hace muchos años en Ciudad Juárez). Me lo han dicho policías de países tan diversos como Turquía, Sudáfrica, Colombia y muchos más. Mis visitas en terreno en México -apenas la más reciente hace un par de semanas- me regresan una y mil veces al mismo relato: los poderes criminales avanzan en el control de mercados y territorios, pero también de instituciones. El mercado de las drogas ilegales es solo uno entre muchos otros, habida cuenta que las oportunidades económicas de la ilegalidad son comparativamente cada vez más competitivas. Imperdible para entenderlo, por cierto, El negocio del crimen: El crecimiento del delito, los mercados ilegales y la violencia en América Latina, de Marcelo Bergman, quien, al presentarlo en la Ibero CDMX afirmó: “esta es una propuesta de la criminología de América Latina para América Latina”, enfatizando las particularidades de las violencias, la delincuencia y la impunidad en México y en nuestra región.
Con estudiantes construí la metáfora que caracteriza las detenciones de “los capos” como el momento en que las sociedades se toman un ansiolítico para reducir la angustia, haciendo parecer, al menos por unos días, que las causas detrás de esta han sido resueltas. La palanca emotiva, a su vez atada a la visión moral del mundo que le dio origen, es el recurso más útil para asegurar la hegemonía del relato que logra sacar a la política de drogas de cualquier cuestionamiento masivo.
Este texto que escribo ahora mismo está afuera de lo que se entiende como mainstream, es decir, queda al margen de la tendencia mayoritaria; cuando contestamos a los medios que no sabemos qué está detrás de las detenciones de “los capos”, nos salimos de la tendencia. Cuando proponemos ver la evidencia, cuando cuestionamos a quién le sirve esto y a quién no, cuando confirmamos que toda promesa oficial en materia de política de drogas está rota, ya mejor ni nos llaman.
Someter a la justicia a quien comete delitos no está en duda, no al menos formalmente, pero sí lo está en las estrategias de los aparatos de seguridad y justicia que usan poderes cada vez más amplios para negociar beneficios, llevando las contradicciones al absurdo: el mejor trato a quien mejor información provea, muchas veces siendo responsables de los peores crímenes. Visión instrumental y utilitaria que tiene que ver nada con el Estado de derecho y menos con la promesa de reducir el mercado de las drogas ilegales.
Bien visto, lo que tenemos son sofisticadas redes de personas que están formalmente encargadas de hacer cumplir la ley, pero que en los hechos funcionan como entes reguladores en la gestión política de la relación entre el Estado y las organizaciones delictivas. Todo esto, siempre, lejos, muy lejos del escrutinio público y la rendición de cuentas.
Sé que lo saben desde la operación política e institucional: estas detenciones reproducen la narrativa hegemónica de una política de drogas que no ha cumplido ni cumplirá con sus fines declarados.
Pienso en ese policía que en medio del llanto y la rabia en Ciudad Juárez me relató cómo asesinan a sus compañeros en medio de “una historia de nunca acabar”.
En corto lo confiesan, hace más de 30 años lo escucho.
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@ErnestoLPV
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