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Entre las noticias desafortunadas que actualmente son el pan nuestro, destacaron esta semana las recientes declaraciones de Tedros Adhamon Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud, al advertir que el abatimiento de la pandemia no está cerca, pues, aunque muchos países han logrado controlar la propagación del Covid 19, en otras naciones, particularmente en América, brota la presencia tendenciosa de un resurgimiento del virus y eso presagia una inminente aceleración de los contagios.
Estos pronósticos pudieran parecer un tanto fatalistas, pero mediante un somero análisis se llega a la conclusión de que se apoyan en la ominosa realidad que hoy ensombrece al panorama global, y que por tanto vale contemplarlos como una advertencia puntual, al tiempo de hacer votos en el sentido de que el titular de la OMS haya incurrido al menos en una exageración.
También esta semana surge la advertencia del doctor Hugo López-Gatell, quien por su parte anunció que en México la presencia del coronavirus podría cobrar permanencia durante unos tres años, por lo cual vamos a tener que aprender a convivir con el Covid-19. Sin embargo, un día anterior el mismo portavoz oficial de la Secretaría de Salud había afirmado que la propagación de la pandemia se está desacelerando en nuestro País. Una de cal por las que van de arena.
Con ese sombrío entorno, nuestro País ya no se debate en la incertidumbre, sino en una alternancia entre el desaliento y la esperanza. Desaliento ante la realidad cada vez más evidente que se refleja en la indomable persistencia de la pandemia. En contrapartida supervive el también persistente recurso de la esperanza, que en este caso contempla la posibilidad de que la sociedad en su conjunto asuma en toda la dimensión del sentido humano la disciplina sanitaria requerida para enfrentar el reto que plantea la nueva normalidad, a reserva de que la ciencia aporte una égida terapéutica o preventiva.
En el ámbito sinaloense, como en todo el País, el flagelo del Covid-19 y los esfuerzos médicos para atender a los pacientes, así como la campaña sanitaria con fines de protección, enfrentan actualmente la complicación que implica el retorno a la actividad económica cuya paralización total o parcial a que motivó la pandemia durante los tres meses anteriores encendió la fragua de esa otra realidad tan ominosa como la del coronavirus, que es el hambre.
Se considera una incongruencia oficial haber dispuesto la reactivación económica cuando priva el semáforo en color rojo. Tal aconteció el miércoles más reciente en muchas ciudades, Culiacán entre ellas, y que en consecuencia requerían de mantener el margen de movilidad para atender estrictamente lo esencial, lo indispensable.
Cabe reconocer que al tomar esa decisión las autoridades atendieron la urgente demanda de evitar que la inercia económica de un creciente sector social condujera hacia ese grado extremo de pauperización donde se incuban otros males devastadores y también letales, como sería la violencia por hambre que vendría a sumarse a la alarmante escalada que está cobrando la violencia desatada por el crimen organizado.
Obra también la influencia de sectores empresariales de los ramos industrial, comercial y de servicios que, sin ser precisamente vulnerables a la descapitalización, sí se declaran afectados por la suspensión de la actividad económicamente generadora. La dispuesta reactivación de esos centros repercute también en beneficio de las capas laborales, que sí son vulnerables al desempleo. Es obvio que esos factores motivaron el aventurado acceso a la nueva normalidad.
Ante el azaroso panorama que plantea la incompatibilidad entre la lucha contra el coronavirus y el incremento de la movilidad, cuando las autoridades del Sector Salud están demandando que hoy más que nunca es imperioso mantener la sana distancia, vale reiterar que lo único que podría determinar una tendencia hacia el aplanamiento de la curva crítica del Covid-19 en nuestro país es la actitud responsable y socialmente solidaria de los mexicanos mediante el riguroso acato a los protocolos sanitarios. En ese principio estribaría la mejor decisión.