La corrupción azul

Ernesto Núñez Albarrán

    Hace poco más de 25 años, en las elecciones de 1997, el panista Carlos Castillo Peraza sufrió una estrepitosa derrota en la capital del país. Después de una campaña horribilis -como la definió después Alonso Lujambio-, uno de los dirigentes más brillantes que haya tenido Acción Nacional hundió a su partido a un penoso tercer lugar, con apenas 16 por ciento de los votos.

    Castillo Peraza había comenzado esa campaña ocupando el primer lugar en las encuestas, pero bastaron seis meses para perder y, posteriormente, retirarse de la política y renunciar al PAN.

    Entre los muchos errores que los panistas han puesto sobre la mesa para tratar de explicar esa derrota, figuran el exceso de franqueza y la falta de pragmatismo del candidato.

    En un mundo político en el que el marketing comenzaba a ser fundamental para ganar elecciones, Castillo Peraza decidió ser él mismo y apostar por él mismo.

    Se peleó con medios y periodistas, defendió sin tapujos sus principios doctrinarios y sus valores morales y, en una ciudad que en esa elección se autodefinió como mayoritariamente de izquierda, llegó a declarar que no estaba de acuerdo con el uso masivo del condón, pues estaban fabricados con plástico no biodegradable.

    Castillo no simulaba frente a los que no le simpatizaban. A diferencia de la mayoría de los políticos, no mentía para quedar bien, y tampoco estuvo dispuesto a claudicar en sus creencias o hacer alianzas inconfesables para ganar una elección.

    Paradójicamente, su campaña sirvió de imán para que una generación de jóvenes católicos, habitantes de las colonias de clase media de la Ciudad de México, se decidiera a incursionar en política.

    Christian Von Roehrich, Jorge Romero Herrera, Santiago Taboada, Mauricio Tabe, Andrés Atayde y Luis Mendoza Acevedo eran parte de esa generación nacida entre 1978 y 1980, que en plena campaña de Castillo Peraza se afilió a la Secretaría de Acción Juvenil del PAN.

    Como muchos jóvenes de la Del Valle, los chicos tomaron cursos de doctrina y de historia panista, y aprendieron a admirar a los viejos líderes -muchos de ellos aún vivían- que inspiraban las leyendas panistas de la brega de eternidad: el modelo gomezmoriniano de la política gradualista que algún día le daría a los mexicanos democracia y “una patria ordenada y generosa”.

    Castillo Peraza fue quizás el último líder de esa estirpe, pero de él, aquellos jóvenes solo aprendieron lo que no había qué hacer para ganar una campaña.

    Aquellos muchachos pasaron muy pronto de la ingenuidad doctrinaria al pragmatismo sin escrúpulos; transitaron de la “larga marcha” al “hoy-hoy-hoy”; del “porvenir posible” al “haiga sido como haiga sido”.

    Sufrieron algunas derrotas, pero rápidamente descubrieron cómo ganar; primero, posiciones dentro del partido; luego, cargos públicos; después, estructuras y padrones para ganar las contiendas internas y, finalmente, dinero, mucho dinero.

    Cuenta el periodista Francisco Ortiz Pardo que se reunían en una cantina del sur llamada Ocean Drive y que de ahí adoptaron el primer nombre del grupo: Los Ocean.

    En 2006, una casualidad -la relación sentimental del líder del grupo con una sobrina de Margarita Zavala- los colocó en los afectos del calderonismo, el grupo político que permitió al PAN refrendar la Presidencia en una polémica elección.

    En un sexenio en el que Felipe Calderón ganó el poder y extravió al partido, Los Ocean aprendieron a controlar el padrón de militantes del PAN capitalino y, sin miramientos, desplazaron a los viejos liderazgos del histórico Comité Regional del DF.

    En 2009, coordinaron la campaña del candidato a la jefatura delegacional en Benito Juárez, Mario Alberto Palacios, quien les entregó la coordinación del gabinete delegacional.

    Desde entonces, no volvieron a soltar el poder en la demarcación.

    A sus casi 30 años de edad, los muchachos aprendieron a ganar elecciones y a sobrevivir en medio de las catástrofes electorales del panismo nacional.

    Se volvieron importantes, pues controlaban uno de los padrones y militantes más grandes del PAN a nivel nacional. Ser “padroneros” les dio influencia en el CEN y en el Consejo Nacional.

    En 2012, cuando el PAN perdió la Presidencia, Jorge Romero fue electo jefe delegacional y se llevó a trabajar con él a Andrés Atayde y Luis Mendoza Acevedo. Christian Von Roehrich y Santiago Taboada fueron electos diputados de la Asamblea Legislativa del DF. Y Mauricio Tabe fue colocado en la dirigencia del PAN capitalino.

    En 2015, Christian Von Roehrich fue electo jefe delegacional. Jorge Romero Herrera, Luis Mendoza y Andrés Atayde fueron electos diputados locales. Mauricio Tabe se quedó en la dirigencia del PAN para otro trienio, y Santiago Taboada se quedó como operador externo del grupo.

    En 2018, en medio de otra derrota electoral panista, Jorge Romero y Luis Mendoza fueron electos diputados federales. Santiago Taboada fue electo alcalde de Benito Juárez. Andrés Atayde se quedó con la dirigencia del PAN capitalino. Mientras que Mauricio Tabe y Christian Von Roehrich fueron electos diputados en el Congreso de la CDMX.

    Tres años después, en 2021, el grupo se reacomodó en el poder. Jorge Romero se reeligió como diputado federal y se convirtió en coordinador parlamentario del PAN en San Lázaro. Christian Von Roehrich se reeligió como Diputado local y se convirtió en el coordinador de la bancada panista en el Congreso de la CDMX.

    Luis Mendoza se reeligió como Diputado federal. Andrés Atayde se quedó en la dirigencia del panismo local. Mauricio Tabe fue electo alcalde de Miguel Hidalgo. Y Santiago Taboada se reeligió en Benito Juárez.

    Romero, a quien apodan el líder -incluso hay quien le llama fuhrer-, llama a sus cinco operadores “los cinco quintos”; las cinco partes de un entero; los engranes de una maquinaria política y económica avasallante, sobre la que se ha construido una penosa leyenda negra: la del “cártel inmobiliario”.

    Hoy, uno de los cinco quintos -Christian Von Roehrich- duerme en una celda del Reclusorio Norte, acusado de dirigir una estructura de corrupción que acompañó -y explica- el boom inmobiliario de la demarcación.

    Las investigaciones, hasta el momento, sólo lo han alcanzado a él, pero todo el grupo está en alerta máxima. Acusan al gobierno morenista de politizar la justicia y, hábiles como son, han pretendido deslindarse de los grandes negocios inmobiliarios que florecieron en la Benito Juárez durante sus trece años de dominio.

    ¿Qué diría Castillo Peraza de esta PANdilla?