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Más allá de la conmoción que al inicio de esta semana detonaron en un creciente entorno social los casos de los dos niños que apenas en el curso de una incipiente adolescencia optaron por el suicidio, esas tragedias deben mover a un profundo ejercicio analítico con miras a deslindar exhaustivamente causas y responsabilidades.
Impacta en la conciencia el caso del escolar de 11 años de edad que se presenta armado a su escuela donde dispara y mata a su maestra al tiempo de herir a otras seis personas, después de lo cual se suicida mediante el uso de las pistolas que portaba en un alarmante desplante de precoz y letal armamentismo. Conmueve también la determinación suicida de un niño de 12 años de edad que, en Mazatlán, asciende a una torre conductora de energía eléctrica donde se cuelga en dramático ahorcamiento. Ambas tragedias se registran en fechas casi coincidentes.
El suicidio, como absurda solución a una mente conflictuada por diversos factores, se manifiesta con alarmante recurrencia entre la población adolescente y evidentemente cunde en la etapa infantil, pero además uno de los hechos de referencia implica la presencia de una determinación homicida que encuentra apoyo operativo en un ilícito armamentismo doméstico.
Este último es el caso de José Ángel, el incipiente adolescente que un día decide disponer de dos pistolas, propiedad de su abuelo con quien vivía, para presentarse armado en el Colegio Cervantes en Torreón, donde advierte a algunos de sus condiscípulos que “hoy es el día”, antes de consumar el letal atentado que deja sin vida a su maestra y causa lesiones a varios de sus condiscípulos.
Ha causado polémica y severas descalificaciones la versión aportada por el Gobernador de Coahuila en el sentido de que el caso del Colegio Cervantes es resultado de la influencia que un videojuego basado en la violencia ejerció en la mente aun infantil de José Ángel, cuando ese estado lagunero, y particularmente Torreón, han sido escenario de una escalada de violencia criminal que impacta casi en forma consuetudinaria en el espíritu y en la mente de la sociedad, lo cual sí es un contundente motivo de influencia.
La percepción del Gobernador coahuilense podría interpretarse como una salida coyuntural si la intención es asentarla como una conclusión, pero desde otra óptica las distorsiones de la tecnología, en las cuales se involucra una extensa proporción de videojuegos, si podrían considerarse como agentes que contribuyen a mantener la presencia de antihéroes violentos en el uso y abuso del tiempo libre de la población infantil.
Por cuanto a José Ángel cabe observar que su breve existencia transcurre en un seno familiar desintegrado e intensamente marcado por la actividad delictiva en la que su abuelo cobra un papel protagónico, y en el caso actual en principio es señalado como responsable por omisión al poseer ilícitamente en su casa diversas armas al alcance de su nieto, en cuya formación moral es evidente que nunca pudo ejercer una buena influencia.
Ante hechos tan estrujantes, como han sido los aquí mencionados, surgen votos y reclamos que se sintetizan en la consigna de “ni uno más”, pero eso queda como una buena intención y mejor deseo. Sin embargo, estos casos deberían señalar el parteaguas de un ejercicio consciente que no incumbe solamente a las autoridades sino a la sociedad, específicamente a la familia, esto es mediante un ejercicio responsable en torno a la formación de los niños.
Se trata de una determinación a iniciar con un análisis autocrítico para reconocer omisiones o insuficiencias que pudieran privar en el cuidado de la formación conductual y moral de los hijos, lo cual no se satisface ni se atiende solamente mediante la dotación de recursos económicos, por muy generosos que éstos sean. Lo importante es demostrarles que forman parte de una familia en la que se observan los principios de una sana y constructiva relación, y en la que, por encima de la absorbente enajenación del celular o de la tablet tiene prioridad ese valor cada vez más remoto que es la comunicación.