El pasado domingo, la Presidenta Sheinbaum reiteró lo que parece será un sello de su administración: no se reunirá ni dialogará con la Oposición, sólo lo hará con el pueblo.
Nos confirma que no gobernará para todos los mexicanos sino únicamente para poco más de la mitad, que fueron los que votaron por ellas; los demás hemos perdido derecho de audiencia.
Se está terminando de esfumar aquella noción de la política como el ejercicio de diálogo entre visiones diversas, que procuraba generar un bien colectivo a través de la negociación, la deliberación, y en donde todas las partes se sentían corresponsables de la solución encontrada. Hay que empezar a despedirnos de esa manera de entender la política.
Lo que hoy tenemos es un Poder Legislativo que no delibera, cuya mayoría oye con molestia las arengas de la Oposición y aprueba con la dispensa de la comprensión de lo que está votando, y cuya premisa de trabajo es no moverle una coma a lo que les turne el Ejecutivo. Desapareció la política. Como hemos visto, ese método ha conducido a aprobar verdaderos absurdos legislativos. No oír visiones ajenas y no darse el tiempo para leer lo que se va a aprobar. No es una buena fórmula.
Pero esta destrucción de la política está siendo peligrosamente contagiosa. Como sabemos, el proceso electoral para el Poder Judicial inició sin que hubiera ni leyes secundarias ni convocatoria; el Senado, en la discusión de las adecuaciones a la Ley Electoral, coló una disposición que desnaturaliza a la máxima autoridad electoral en materia administrativa. Sin que estuviera contemplado en el proyecto original, mediante una agenda, ahora se establece que quien ocupe la presidencia del Consejo General podrá hacer directamente los nombramientos de todos los miembros de la Junta General Ejecutiva sin que medie la aprobación del Consejo General; esa condición únicamente se mantiene para quien ocupe la titularidad de la Secretaría Ejecutiva.
Con ello se vive un muy ominoso retroceso en el tiempo. La colegialidad, que fue una de las características centrales en el diseño del IFE-INE, desapareció de un plumazo. Volvemos a los tiempos en que el mando unipersonal de la Secretaría de Gobernación imponía los nombramientos de la parte ejecutiva del instituto, sin que los magistrados electorales de aquel entonces tuvieran incidencia.
A eso estamos regresando, a los consejeros decorativos y la junta todopoderosa. Un nuevo ejemplo del sello de la casa: reiterar el centralismo y la concentración unipersonal del poder. Es una lástima, el prestigio y credibilidad del IFE-INE habían descansado no sólo en su servicio profesional electoral, sino también en la deliberación y corresponsabilidad que implica la colegialidad. Ahora enfrentará la elección más compleja de su historia prescindiendo de uno de sus mayores activos.
-