Cada cierto tiempo, la biblioteca de Alejandría vuelve a incendiarse y nos devuelve y revuelve la conciencia.
Vivimos tiempos electrizantes donde el atropello visual, la fugacidad y la dispersión electrónica le han ganado la batalla a la concentración. A la reflexión y el verdadero autoconocimiento.
Nuestra voz propia, la interior, la íntima, se pierden en el estruendo de un entorno invasivo y cruel.
Hay que saber dejar el ruido del mundo que oscurece esa voz. Si no, uno enmudece. Con soledad, disciplina y locura, la pasión interna y auténtica recrudece. Esos son los riesgos profesionales de todo artista y ahora están al alcance cualquier ciudadano atado a un dispositivo que se dice inteligente.
La inspiración de nuestras ideas y actos a veces viene de un meme o la agente política de un “comunity manager”: el gerente de una comunidad.
¿Cómo surge la inspiración? Comienzo oyendo una voz. De repente se posesiona de mí. Todo comienza a activarse y a atisbarse en mi cabeza. También se atizan conceptos que se vuelven parte de esa idea que puede formar y parte de mi vida.
Un verdadero artista donde pone su mano resucita la idea, el objeto o la suma de una civilización. Y lo vuelve eterno, tal como una cerámica de Creta o la escultura de un niño olmeca sonriente. Pero, nosotros, ¿qué le dejaremos a los nietos de nuestros nietos? ¿Un fugaz chiste de TikTok? ¿Un alarido en la cuadrícula de Elon Musk? Hoy se vandalizan monumentos y templos como forma de justicia.
Hoy caminamos por un mundo de autómatas iluminados, incapaces de salirse de sí mismos, a través de la arcilla de los sueños y la terca lluvia de la memoria. Para ellos el Universo es una pauta invisible que se rige con las opiniones de su amigos, flotantes en dispositivos no humanos, así como la partitura de compras y luchas sociales que industrias y gobiernos invisibles hacen llegar desde su gran nube hasta sus neblinas personales.
La evolución del ser humano está en manos de algunos seres egoístas cuya profesión exige rudeza y crudeza para encender un nuevo orden.
Deberíamos saber crear en nuestro interior una biblioteca de Alejandría o una catedral donde el conocimiento y la ética sean sagrados y se mantengan libres de tantas invasiones y tentaciones bárbaras.
Hace poco vi un documental de arquitectura y ahí se decía que, si los constructores medievales de catedrales hubieran tenido acceso a los materiales de hoy, de seguro las habrían hecho de puro vidrio y acero.
Esa búsqueda de la claridad y la luz del gótico es la explicación de tantos vitrales, medios puntos y puntos buscados, en un tiempo sin luz eléctrica y la necesidad de una iluminación lo más natural posible. (Muchas construcciones de Sinaloa siguen esa búsqueda, pero con un arco más suave, a la manera romana, para mayor frescura).
Ahí escuché una frase de una anónima restauradora francesa, en ese documental que mencionó, en el cual se abarcó la restauración de la catedral de Chartres y la de Notre Dame, luego del incendio, en que se nos recordaba el papel de las iglesias como “Biblia Pauperum”, la Biblia de los pobres, cuando el grueso de la población no sabía leer y escribir y era menester apoyo sensorial para las palabras del sacerdote.
“Dios es una fuerza ardiente, incendia los ojos, solo puede vérsele fijamente unos pocos segundos, pero el arte es mas acogedor, nos habla suavemente como un amante. Es como la luna, que refleja al sol sin que a veces nos demos cuenta que estamos viendo la luz del sol de noche, y además podemos hacerlo largo rato, sin detenernos, hipnotizados, ebrios de Dios como decía Novalis. Por eso las iglesias siempre recurrieron a las imágenes para concentrar su fuerza y volverla así más legible para las almas sencillas”.
Me tomé la molestia de volver a ver el programa para capturar la cita completa.
Cito al poeta Heinrich Heine: “Los hombres de aquellos tiempos tenían convicciones; nosotros los modernos, no tenemos más que opiniones, y para elevar una catedral gótica, se necesita algo más que una opinión”.
Por eso las redes sociales son los nuevos templos -castillos en el aire, en bloque-, de puras opiniones que su vez nos bloquean.
Hagamos una biblioteca o una catedral interior que sepa ser una fortaleza y, también, nuestra fortaleza.